Expreso sin café

Expreso sin café
Expreso sin café
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Se quedó sorprendida y yo a veces también me sorprendo. "¿Sois los dos españoles o alguno tiene familia en Italia o en Brasil?". La duda venía de la cafetera italiana que habita en nuestra cocina; un flamante aparato tecnológico que me costó unos 15 euros, y que cada día produce café natural buenísimo que yo tomo solo y sin azúcar. 

La pregunta venía porque era la primera casa de españoles donde ella veía una cafetera de este tipo. Por lo que me contó, las máquinas de cápsulas han colonizado los domicilios de este país, reduciendo la cafetera italiana a extranjeros: italianos y sudamericanos, fundamentalmente, que siguen fieles a este artefacto fácil de manipular, de limpiar y de disfrutar. No es una cuestión menor. Yo tengo mañanas en las que me veo tirando los posos del último uso, fregando con agua cada una de sus partes, secándolas a toda velocidad para poder volver a cargarla de agua y café y ponerla al fuego. El tiempo, la prisa, el trabajo, los horarios, el WhatsApp, las alertas del móvil, una oferta del supermercado en el smartphone… misiles contra la cafetera italiana, que necesita cariño sin automatismos para dar lo mejor de sí. Diez minutos de dedicación diaria con cuatro de especial cuidado para que no se queme cuando ha terminado de subir y empieza a llamar mi atención. Y eso que a veces me cuesta: hay mañanas en las que se me cae un poco de café por el borde y miro esos restos en la encimera como una condena a mi tiempo y a mi libertad. Pienso, traidor y para mí, sin que ella me escuche: "Con lo fácil que sería darle a un botón". Pero sigo, cojo la bayeta, limpio, cierro, la coloco en la vitrocerámica, me alejo, vuelvo, la espero, la retiro del fuego, la bebo y la huelo.

La cafetera italiana, tosca, simple pero compleja, además de la certeza de que hace café (¿qué es ese líquido que sale de las cápsulas?), es una resistencia a que el tiempo pase con la mayor eficiencia posible. ¿Por qué tengo que hacer todo en mi vida más eficiente? El otro día terminé de trabajar, me tiré en el sofá, y estuve mirando casi media hora por la ventana la antena de televisión del edificio de enfrente; echaron la mejor película del mundo. En fin. Que nos coloniza una prisa bonita, aséptica, inmaculada, el expreso que no es café, un botón y a seguir, pero ¿hacia dónde? 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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