Por
  • Javier Lacruz

Sí, Ternera

Una imagen del documental 'No me llame ternera'.
Una imagen del documental 'No me llame ternera'.
Netflix

José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea no quiere que se le llame Josu Ternera. Pero nada nos dice su nombre de pila, porque de él habla su apodo: de un asesino. Negro sobre blanco: del jefe más importante y más sanguinario de la banda terrorista ETA. Item más: de un hdp que todavía anda suelto. 

De un sujeto que exuda violencia y cinismo por su costado menos podrido. ¡Qué tipejo! Ahora busca un bálsamo, una cosmética que lo asimile a lo humano. Esfuerzo baldío. No admite blanqueo. ETA dejó de matar en 2011, pero nos queda su inmensa secuela. De eso sabemos bien por esta tierra: la casa cuartel, Giménez Abad… ¿Qué podemos añadir para paliar el dolor de las víctimas? Coraje, firmeza, solidaridad. Poca cosa, menos que nada.

No he visto todavía la entrevista de Ternera. No lo necesito. Por eso opino. Y porque ardo en deseo en ver el trasfondo de su jeta. De oler su carne putrefacta. De oír su pedo. He conocido a etarras y he atendido a muchas de sus víctimas (guardia civiles, policías, familiares y de los que no se habla: de los muchos que quedaron tarados por esos criminales). La entrevista a Ternera suscita debate y controversia. Más de quinientos firmantes de una carta y otras voces se oponen a esa charla. Discrepo. Creo que es algo que enseña, que inmuniza frente a la crueldad y la miseria. Algo que refuerza las convicciones de un demócrata. La censura preventiva en ningún caso nos protege. Al contrario, yo no sé quien es Urrutikoetxea, pero sé muy bien quien es el tal Ternera.  

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