Mi balcón y yo

Mi balcón y yo
Mi balcón y yo
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Inevitable, reparar en aquel largo beso, cuya intensidad juvenil incendiaba las farolas del paseo. Lo siguieron arrullos, piquitos, caricias, ojos clavados en ojos y leves confidencias. Mientras, los cuerpos se desarrimaban y se volvían a arrimar, si bien, con declinante urgencia. 

Y así, hasta que, separándose a la distancia que formaban extendidos el brazo derecho de ella y el izquierdo de él, sus dedos entrelazados se soltaron deslizándose morosamente.

Al poco de haber emprendido cada cual su camino, se giraron casi al mismo tiempo, se buscaron entre la gente y se miraron sonriendo, lo que se repitió unos pasos después, como si fueran dos duelistas que, en lugar de acercarse, se alejaran para dispararse.

La despedida terminó cuando, en la que hubiera sido la tercera ocasión, una de las partes siguió avanzando y ya no se dio la vuelta, dejando a la otra sin recompensa. Aquella mirada no correspondida, que bien podría haber sido segura y comprensiva, solo expresaba desvalimiento, abandono y decepción.

Al cabo de un par de semanas de haber sido testigo de la escena anterior, aún lamento haberme quedado impasible. Me pesa no haber salido de inmediato de casa, con el fin de alcanzar a quien no se había girado una tercera vez y avisarle de la expectativa defraudada que acababa de dejar atrás, por si estuviera a tiempo de remediarla.

Observando a la gente desde mi balcón, aprovechando que nadie mira al mirón, suelo pensar en el protagonista de ‘La ventana indiscreta’. Y antes, cuando no sabía la respuesta, me preguntaba si yo podría actuar con su determinación.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Javier Usoz)

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