Por
  • Javier Ramón Solans

Imaginar Zaragoza

Imaginar Zaragoza
Imaginar Zaragoza
Pixabay

El 10 de octubre de 1903 Eduardo Ibarra imaginaba la Zaragoza de 1999. En su fantasía, contemplaba la futurista ciudad desde un globo. Ante sus ojos se elevaban decenas de chimeneas de azucareras, pueblos absorbidos por el crecimiento de la capital, grandes avenidas, submarinos, trenes y globos comunicando a sus habitantes.

Todo parecía haber cambiado, todo salvo la devoción al Pilar, cuya basílica, algo más sobria, atraía por igual a zaragozanos y extranjeros, rivalizando en importancia con Lourdes. Ibarra nos acercaba así a las ensoñaciones de una burguesía conservadora que deseaba un progreso ordenado y guiado por la fe.

Aunque no fuera tal como la imaginara, la ciudad ha crecido considerablemente, ha integrado barrios rurales, está atravesada por modernas avenidas y su vida sigue marcada por las fiestas del Pilar. Cierto es que no hay submarinos en el Ebro, ni globos surcando el cielo, ni decenas de torres industriales humeando en el corazón de la ciudad. Las pocas fábricas que tuvieron la suerte de ser catalogadas bienes de interés cultural resisten transformadas como símbolos de un futuro pasado con fecha de caducidad, una utopía varada en las orillas de una historia atravesada por guerras, dictaduras y crisis económicas. Sin embargo, dentro de la fantasía de Ibarra lo que me parece más fascinante es ese ejercicio de detenerse a imaginar la ciudad del futuro. En tiempos presentistas, cuando el pasado ya no ilumina el presente y la imaginación utópica da claros síntomas de agotamiento, dudo si seríamos capaces de imaginar la Zaragoza de 2099.

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