Doce años de guerra

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Una calle de Damasco.
Youssef Badawi / Efe

Israel y Gaza, Armenia, Ucrania y un largo etcétera de guerras se extienden por el mundo. Muchas enquistadas y casi olvidadas. Los medios de comunicación pierden interés por su desarrollo. Basta pensar en el Congo o en todo el Sahel africano. Llegan a veces noticias de matanzas, pero nadie se atreve a decir cómo se pueden solucionar.

La de Siria es una guerra maldita. Ahora, con la matanza de Homs –más de 100 muertos–, vuelve a ocupar titulares. Doce años de guerra, cientos de miles de muertos, la mitad de sus 23 millones de habitantes han buscado refugio en el extranjero, en circunstancias en las que se han jugado su vida y la de sus familias y muchos la han perdido. Una crisis económica tremenda ha hecho que la población se haya vuelto a manifestar contra el gobierno dictatorial de Assad. Lo han hecho en provincias del sur, como Sueida, donde viven muchos drusos, minoría que adoptó una política de neutralidad en los enfrentamientos entre los diversos grupos rebeldes y el régimen de Assad.

El Gobierno ha actuado de forma brutal en ocasiones. No menos brutal ha sido el comportamiento de grupos fanáticos opositores, con gentes llegadas de lugares donde se afincó la intolerancia y financiados por países que extienden el sufrimiento lejos de sus fronteras.

Siria vive una hiperinflación; su moneda está en caída libre. Con la última subida, el sueldo medio de un funcionario se sitúa en 13 euros y con eso pueden vivir dos días, tal como están los precios actuales. El 90% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Lo peor es la desesperanza, el no ver salida a un túnel de doce años.

Oriente Próximo sigue siendo un polvorín, aunque la violencia haya disminuido en Irak –relativamente– y en el Kurdistán. En medio está el problema de Israel y Palestina, donde, por una parte, los atentados y, por otra, el muro, los controles, la represión, los asentamientos y el agua dibujan el mapa de un polvorín que alcanza a toda la región.

Recuerdo con pena mi estancia en Siria –poco antes de la guerra–, con su mosaico humano de sunitas, alauitas, cristianos y drusos. Un país con muchos jóvenes con deseos de avanzar. Ojalá se alcance pronto la paz. De lo contrario, se seguirá comprobando lo que dijo Juan Pablo II antes de que invadiesen Irak: "La guerra no es nunca una fatalidad, sino una derrota de la humanidad".

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Carlos Sauras)

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