El respeto por la palabra

El Congreso de los Diputados estrena sistema de traducción
El Congreso de los Diputados estrena sistema de traducción
EFE

Siempre me ha apasionado el lenguaje y sus posibilidades expresivas. Su capacidad de cincelar los pensamientos y tratar de transmitir sensaciones, con su enorme complejidad. Y su vocación de estrechar lazos con los nudos que brindan los argumentos.

El idioma es elemento que contribuye a acercar, a unir, a establecer nexos. Y el desprecio hacia esa raíz común es muestra también de la voluntad de desunir, que va mucho más allá del respeto a otras lenguas y la legítima querencia de conservar un acervo cultural. Que no es lo que interesa ni se defiende con la ruptura lingüística asentada en el Congreso. Espejo de una voluntad política de establecer quiebras.

Aunque mi vocación ha sido periodística, siempre me ha cautivado el territorio maravilloso de la Filología. Y me quedé con ese pellizco en el alma –y la envidia hacia mi compañía– por no haber podido adentrarme en mi etapa universitaria por los más avanzados vericuetos de la Lengua y la Literatura. Por más que resultara alumno destacado en esas lides durante mis estudios de Ciencias de la Información.

Me encaraba con quienes agitaban las palabras a su antojo para entregarles el significado que les apeteciera, desnudando la pureza del lenguaje para revestirlo a conveniencia, esquivando cualquier debate serio. Porque resultaba imposible encontrarse por los caminos de la dialéctica. Vaciar la lengua de su contenido real –que es lo que se constata ya en el actual escaparate político– supone construir un nuevo idioma e incidir en la ruptura a la que empuja la torre de Babel por la que se conduce el Parlamento.

No dudo de que como siempre en estas circunstancias habrá quien sepa pescar en ese río revuelto. Desde la barrera a la que nos empujan los políticos después de votar, apena esa ceremonia de la confusión por la que nos conducimos. En la que se moldean a beneficio los términos –algunos, consolidados con esfuerzo a lo largo de años de democracia– para vaciarlos de contenido, de su significado verdadero. Y manosearlos sin el respeto que merecen: las palabras y lo que significan.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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