Por
  • Alejandro E. Orús

Zaragoza invisible

Buceamos en nuestro archivo y rescatamos bellas estampas invernales de paisajes, ciudades y pueblos de norte a sur de nuestra Comunidad.
Zaragoza invisible
Archivo Heraldo

La evocación del pasado zaragozano llegó a ser en otros tiempos periodísticos un recurso habitual, gracias al cual brillaron reconocidos autores. No era distinto de lo que ocurría en la prensa de otras ciudades y, desde esa perspectiva, puede decirse que aquello se trató de un verdadero género del articulismo, que se nutría de costumbres cotidianas e historias locales. 

Esas concesiones a la nostalgia –tal vez hubiera de decirse aquí nostalgias– no constituyeron sino un pasatiempo agradable y nunca fueron tomadas demasiado en serio. Eran, como diría Nuccio Ordine, un saber sin beneficio, cuando no un sospechoso desacato a las reglas del progreso.

Solía latir en aquellos textos, es cierto, la añoranza de una sencillez perdida, la constatación de la irreversible distancia que separa unas vidas apenas desprendidas del aire provinciano de la urbe que habitaban, en rápido y pujante desarrollo. Aunque abundan hoy las miradas al pasado, son las imágenes, en este caso antiguas, las que parece que se han impuesto definitivamente a las crónicas. Y entre el encanto de esas estampas casi idílicas de otros tiempos surge a veces un conato de culpa absurda que se intuye en la dureza de aquellas épocas.

La imaginación ha de suplir todo aquello de lo que no quedan ni restos ni rastro gráfico, una Zaragoza por tanto invisible, todo lo más adivinada, capaz de subyugar a través de la ensoñación y libre de penalidades, ajena por completo a las miserias que acompañan las vidas de sus gentes.

Esto provoca que existan al menos dos Zaragozas, la que amanece diariamente en su aparente realidad de urgencias y esa otra que esconde su esencia y que aún es posible desvelar en el sosiego ancestral que enlaza con la memoria de sus piedras señeras, y también de sus huertas y sus acequias. Como la ciudad de Aglaura, una de las muchas que se inventó Italo Calvino, ya no es posible separar la memoria de las dos ciudades aunque ese sea el deseo, y únicamente se puede hablar de una porque el recuerdo de la otra, "por falta de palabras para fijarlo", se ha perdido. No es buena idea preguntarse cuál de las dos es más feliz.

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