¿De qué se ríen algunos ministros (y ministras)?
Seguí el debate de investidura de Alberto Núñez Feijoo, que me produjo una grata impresión por el talante y el talento parlamentario que derrochó el candidato, con esos silencios medidos, esas miradas a la galería cargadas de sorna e ironía, y por el contenido de un discurso consistente y convincente. Pero no voy a escribir sobre ello.
Porque me me llamaron la atención otras cosas que también sucedieron esos días en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, a lo largo de las sesiones dedicadas a la investidura. De vez en cuando, las cámaras de la televisión se paseaban por la bancada del Gobierno y sorprendían gestos y actitudes de sus miembros que me parece que son dignas de consideración y comentario. Pude ver la actitud ausente del presidente Sánchez, más atento a su teléfono que al mismo debate o cuchicheando con su primera vicepresidenta, a la que por cierto pude ver bostezar en una muestra irrespetuosa de aburrimiento, como si con ella no fuera nada de lo que allí se estaba diciendo. Vi a varios ministros repantingados en sus escaños con cara de circunstancias, soportando, no sé si por imperativo legal, el repaso que les caía desde la tribuna de oradores, y pude ver también las risitas que se traían entre manos algunos ministros y algunas ministras. Risitas impostadas, más bien como nerviosas, despectivas con el acontecimiento parlamentario solemne que se estaba desarrollando antes sus ojos. Otras movían su cabeza con claros signos de desaprobación a lo que allí se decía y todo el banco azul, o sea el del Gobierno, daba un aspecto, así me lo pareció, penoso e impropio de la sede de la soberanía del pueblo español.
de televisión nos permitieron ver que algunos ministros estaban lejos de mantener la compostura que requería un acto tan serio y solemne en la sede de la soberanía nacional
Es muy preocupante el deterioro de las instituciones cuando sus protagonistas no avalan con sus comportamientos adecuados la dignidad y la seriedad que merecen, y ese descrédito devalúa el prestigio y la validez que debemos a los órganos constitucionales y representativos de todos los españoles. No se puede convertir el Congreso de los Diputados en una especie de mercadillo o de patio de vecindad, y es exigible a quienes lo ocupan prestar el decoro y el respeto debido no ya a la propia Cámara, sino al pueblo español allí representado.
Por eso me produjo cierto malestar ver esas actitudes y esas sonrisitas entre miembros del Gobierno cuando la sesión requería prestar la atención debida. Elegir –o no– a un presidente del gobierno de tu país me parece un acto lo suficientemente importante como para escuchar su discurso y propuestas, sobre todo por un gobierno al borde del relevo si no fuera por el mantra ese que se han inventado para tener todo atado y bien atado, como alguien que bien yo me sé, de que son los únicos progresistas del universo mundo.
En fin, que me quedé con las ganas de saber por qué y de qué se reían y cuchicheaban los ministros y las ministras mientras un respetable candidato a presidente de la nación desgranaba su discurso desde la tribuna de oradores. Lamentable.
(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por José Luis de Arce)