Por
  • Julio José Ordovás

Winston y langostinos

Felipe González, en el mitin que ofreció en octubre de 1982 en La Misericordia.
Felipe González, en el mitin que ofreció en octubre de 1982 en La Misericordia.
Heraldo

Entonces (hablo de mediados y finales de los ochenta) las comuniones se celebraban por todo lo alto, como si fueran bodas. Había una constelación de tías, un revuelo de primas, un no parar de risas y besos. 

Paquetes de Winston, trajes cruzados, pantalones de pinzas, blusas con hombreras, collares de cuentas… Felipe González jugaba al billar en la Moncloa, ETA mataba a media docena de guardiaciviles cada semana y mi tío Félix, que tenía la misma altura, el mismo pelo y el mismo perfil que Juan Benet, decía que estábamos de puta madre para arriba. Aquella expresión de mi tío, "de puta madre para arriba", resume para mí el socialismo/felipismo como ninguna otra.

Los españoles habíamos descubierto los langostinos. Hasta Luz Casal lo cantaba en una canción horrible pero que retrata bien aquella época. Pasar de los caracoles con ajolio y de los cangrejos de río con tomate picantón a los langostinos cocidos o a la plancha era un salto superlativo para la España del interior. Triunfaban escritores con alma de tonadillera, como Antonio Gala, y las chicas querían ser santas, beatas y guerreras, todo a la vez. Nadie hablaba inglés y casi nadie había cruzado la frontera salvo para ir a vendimiar a Francia, pero de repente, y como por arte de magia (la magia del "socialfelipismo"), todos nos sentíamos modernos y europeos.

Pienso en ello mientras me fumo un cigarro en la puerta del tanatorio de Torrero. Se ha muerto una de mis tías, la más reidora y la más fumadora, la que me decía que mi abuelo Félix, que murió años antes de que yo naciera, me guía la mano cuando escribo. Puede ser. Quién sabe. Todos estamos habitados de fantasmas.

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