Las fotografías de la exposición ‘Vidas minadas. Veinticinco años’, que Gervasio Sánchez presenta en la Lonja de Zaragoza, son técnica y estéticamente impresionantes. La muestra, además, muy bien organizada, compone una serie de reportajes que permiten al espectador ‘leer’ una realidad que desgraciadamente forma parte de nuestro mundo. 

Y constituyen también una denuncia, un grito contra esas minas que, incluso muchos años después de terminada una guerra, siguen causando estragos y ‘minando’ vidas. Pero aunque en la exposición hay maestría fotográfica, profesionalidad periodística y compromiso social, no es nada de eso lo más importante. Lo que de verdad importa en esa serie de imágenes son las personas cuyas biografías Sánchez ha seguido de cerca, en un proyecto que le ha llevado a una intensa e íntima implicación con ellas y con su entorno, durante un cuarto de siglo. Ver la exposición sobrecoge. 

Pero ver y escuchar a Gervasio explicarla, delante de algunos de sus protagonistas, conmueve de verdad. Uno comprende entonces que es así, que para Gervasio lo que vale no es la técnica ni la estética, ni siquiera el trabajo bien hecho y valiente de un fotoperiodista, sino las personas, porque él siempre ha entendido de esa manera su misión como fotógrafo y como periodista, como testigo nunca indiferente de tantos desastres provocados por la crueldad humana. Y tiene razón, son las personas lo que cuenta y sus personajes son héroes, porque a pesar de que un día el azar los llevó a pisar una mina, han conseguido con mucho esfuerzo recomponer sus vidas y seguir adelante.

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