Días aún largos
Largos días, breves años, llueva sobre el secano, atruenan las barredoras, vibran los clarines, tremolan los timbales, se tensan los moños, pronto habrá algo de jolgorio y genuino alborozo horrísono, la ruidera se oye ya desde el séptimo punto cardinal, mejor que empiecen pronto a taladrar y a echar los cimientos del futuro cuarto estadio no vaya a ser que se amuele el proyecto,
cuarto o quinto, ya he perdido la cuenta y el oremus, como siempre esta retolica o serol o sermón lo redactamos a cuatro zarpas la ia y el yo, sin que ningún artilugio sepa discernir qué ha hecho quién, y menos aún qué infiere usted, pues las combinaciones son casi infinitas o por lo menos incalculables, quizá menos en todo caso que las ondas gravitatorias, lencería fina del universo en ciernes, todo lo vivo es provisional dentro de las eternidades previstas, así que ya nadie menciona la incertidumbre –tan de moda en años anteriores– ni lo líquido, que no tiene nada que ver, o quizá sí, con la líbido, concepto a su vez gaseoso y burbujeante: aquí conviene consignar que Ambar ha sacado la cerveza sin alcohol ni gluten, o sea, la cuatro ceros, la nada con todo.
Esta columna iba a ser de otra cosa pero me encuentro a Eduardo Laborda mil veces y me dice que le gustan de este estilo, así que la hemos rehecho y deshecho al hilo o a la carta. Largos días breves años.
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