‘Software’ España

Software’ España
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A veces me acuerdo de casas en las que viví y dudo si tenían problemas o es que a mí me daban igual. Ahora andamos con la válvula de un radiador que se ha atascado; el fontanero me ha pedido una foto exacta del modelo y que pregunte si el circuito está vacío. 

Le he hecho la pregunta al portero de mi edificio sin saber muy bien de qué circuito estamos hablando y he transmitido la respuesta al fontanero. "¿El circuito está vacío?". "Sí". Preguntas y respuestas; como espías rusos. Con los años, cuesta encontrar esos días de calma en los que todo está bien. Pueden ser un lunes, un martes o un sábado. Por eso los fines de semana se derriten según pasa el tiempo, los días son oportunos y oportunidades, y las mejores jornadas pueden ser algo luminoso entre tempestades que nos persiguen y que sabemos que llegarán.

En todo caso, me resulta curiosa la amnesia que padezco de mis años mozos en los que, imagino, algo en casa se rompía, pero no lo recuerdo. Ni recuerdo el desorden ni tampoco el frío, como tampoco aprendí de fontanería o a limpiar el horno. Lo que no existía, ahora es una tarea, una falta de tranquilidad, una agenda. Es una percepción o un nuevo código de valores. Lo que ahora no puede estar así ni un segundo más, antes era una vida encarrilada; paz y cuentos. Una ciudad sin distancias solo es un calendario sin pereza. Por eso pienso en mis necesidades, en las de Aragón, en las de España, y discrepo de algunos límites que se plantean como intolerables. Nadie ya le pregunta al otro por sus fobias y por eso marcamos las necesidades de todos en base a las nuestras. Pero las nuestras, ¡ay!, ¿cuáles son?, ¿las de ahora?, ¿las de antes?

Se está acostumbrando el país a ser una costumbre volátil, una actualización de ‘software’, un Windows incompatible, celiaco, una explosión de alergias. "Toda la vida hemos sido", decimos, pero ni recordamos lo que sigue; y ahora plantamos un muro que es una biblioteca de catálogos, y a ver si encajamos. Eso nos tensa, aleja, y nos mete en la trampa del único dolor superficial que pervive: el orgullo. Nos preguntamos qué somos como país, a quién pertenecemos como ciudadanos, con la gélida respuesta de un espejo. Eso es amnesia, pase corto, un circuito vacío que espera una llave de paso a una paz que no sea solo a base de silencio.

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