Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Hermanos libros

Hoja escarchada de acebo.
Hoja escarchada de acebo.
H. A.

¿Ya es invierno? Estoy soñando, los termómetros me desmienten. No importa: es invierno, el sueño es mío. En el jardín helado que visito en sueños cada mañana manda el acebo, árbol pequeñito y orondo, esnob, decadente cual Poirot clorofílico. Siempre me mira con desdén: día tras día no oculta su pasmo por el nada loable hecho del color rotatorio de mis zapatos, indefectibelemente distinto del de mi cinturón y enemigo directo de la tonalidad del reloj de muñeca que gasto desde hace años. Un reloj japonés, sin manecillas. "Válgame el creador", musita el acebo mientras agita las hojas para aliviar el peso de la escarcha. 

"En esta ciudad ya no hay clase", sisea este petulante que, naturalmente, adivina lo que me lleva a sentarme a su vera cada día: vaya detective belga. Es la toponimia forzada, mi depravación junto a las rimas consonantes insustanciales: lo sabe, y esa doble certeza le lleva a suspirar aún más. "Hace bonita mañana, ¿verdad?", le digo al acebo, que no soporta comprobar cómo olvido aposta el artículo indeterminado para decir "hace bo-". 

Hoy me he abrigado mucho para leer a Chirbes junto al acebo. ‘Crematorio’, concretamente. Ya llegan las Fiestas del Pilar y me urge llenarme de vitaminas atemporales antes de la zambullida en lo que sea que toque cada día. "Deja de refunfuñar, acebo, es para lo único que ‘chirbes’, deberías acompañar mi asueto en vez de mojar con escarcha las hojas de este gran libro", le digo. "Quedan tres horas para la primera sesión de cine y tendrás que aguantarme como si fueras seto o abeto, bien quieto, picueto", rimo. El acebo me odia. Yo le tengo cariño. La historia de mi vida.

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