Director de HERALDO DE ARAGÓN

Adversarios y desaires

Adversarios y desaires
Adversarios y desaires
Krisis'23

Las democracias occidentales han venido construyendo su estabilidad sobre la fuerza de los gestos, el valor de la tradición y el respeto al adversario. El peso que arrastra la tolerancia da sentido a buena parte de un entramado institucional empeñado en garantizar el funcionamiento de la vida política. El debate, el contraste de ideas y pareceres, nos enriquece como sociedad. Su ausencia, por el contrario, nos introduce en un callejón sin salida.

La estrategia de Pedro Sánchez de rebajar el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo, evitando su comparecencia y situando al exalcalde de Valladolid Óscar Puente (que el viernes sufrió un penoso incidente) como ariete del PP, resultó contraria al sentido de la sesión parlamentaria. Puede que la idea descolocase a los populares y que, incluso, alimentara las risas y el aplauso en la bancada socialista, pero en poco o nada contribuyó la argucia a fortalecer la vida democrática. Creerse victorioso tras un giro que evitó el pulso dialéctico entre los líderes de los dos grandes partidos solo refleja el valor que se concede a una sesión de investidura cuando no es la propia. Si aquellos que deben conducirse desde el respeto y la ejemplaridad optan por presentarse como líderes de la ocurrencia será normal que la desafección termine imponiéndose.

La falta de respeto al contrario está permitiendo la aparición de un peligroso juego que daña la convivencia. La ausencia, por voluntad propia, de los partidos independentistas de las próximas consultas que el Rey abrirá mañana para decidir la más que segura designación de Sánchez como candidato a la investidura insiste en una nueva descortesía que traduce un encaje a capricho del valor de las instituciones y de su papel asignado por la Constitución. Sin la aceptación de unas reglas compartidas, aunque estas se asuman desde la discrepancia, el diálogo se convierte en un imposible.

La principal victoria que esgrimen los partidos situados en los extremos ha sido la normalización en sociedad del discurso del odio hacia el contrario, presentando como legítimas las posturas excluyentes o apoyadas en las llamadas guerras culturales. Poco importa de dónde proceda el exceso, lo singular es que la cortesía institucional ha quedado aparcada en beneficio de una supuesta defensa de la dignidad política y personal que se anteponen a la convivencia y hasta a las normas básicas del protocolo.

Que un concejal del PSOE (finalmente forzado a dimitir) toque repetidamente la cara del alcalde de Madrid en tono despreciativo o que la ausencia de un sencillo saludo institucional a las puertas del palacio de la Aljafería termine en los periódicos solo refleja el desconocimiento del peso de los cargos que se ocupan y las obligaciones que acarrean. Desprenderse del ropaje institucional a capricho o negar la representación que exige un cargo solo daña a las instituciones.

Apoyarse en el desplante, da igual la responsabilidad que se ostente o el partido en el que se milite, solo envalentona a aquellos que consideran que el respeto se aplica a conveniencia y solo con los más afines. El desgaste que sufren las instituciones provocado por las actuaciones de muchos de sus protagonistas alimenta una peligrosa pérdida de credibilidad.

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