Por
  • Isaac Tena Piazuelo

No sin mi consentimiento

No sin mi consentimiento
No sin mi consentimiento
Krisis'23

Para la gente del Derecho las menciones al consentimiento son palabras mayores, pues cuentan sobre libertad de las personas, sobre la validez o eficacia de nuestros actos, y unas cuantas cosas más. Realmente no hace falta ser jurista para saber la extraordinaria importancia que merece el consentimiento en situaciones de todos los órdenes. 

El consentimiento es el dintel de la intimidad. Como ejemplo más inmediato bastaría con aludir al famoso beso, un asunto que aún tendrá recorrido por lo que se ve. Por aquí no voy a discurrir ahora.

El manejo de nuestros datos personales por parte de otras personas, empresas
o entidades no debe hacerse más que en la medida en que cada uno haya dado
su consentimiento

Sí, en cambio, pienso en qué sucede cuando se divulgan determinados hechos de nuestra vida que pertenecen a nuestra intimidad. Puedo ser yo mismo quien la desvela, o tal vez consienta que lo hagan otros. Sin problemas. Pero también cabe que se trate de un mero correveidile, como ese entrañable personaje cómico (o trágico) al que José Mota llama ‘la Vieja del Visillo’ (en rigor, habría sido tan verosímil como el viejo, o el joven del visillo), el de "cuenta, cuenta… que si no lo cuentas tú lo contaré yo…". No hace falta que se propalen mentiras sobre alguien, pues la verdad es una cosa y que se pueda contar o manosear por cualquiera es otra bien distinta. Se entiende. Desde hace tiempo están de moda (no solo en España) esos programas que, según su diverso formato, se denominan ‘reality shows’ (para algunos puristas de nuestra lengua, telerrealidad o programas de telerrealidad), ‘talk shows’, ‘tell-all interviews’ o confesiones, etc. A veces se pone en cámara un personaje famoso y comienza a desentrañar todo tipo de sucedidos. Creo que tiene su mérito, pues no todos estamos preparados para echarnos a ese ruedo, si es que escondiéramos algo que realmente pudiera interesar a alguno. Además, está la cuestión del pudor, aunque se trate de una palabra ya poco usual en el lenguaje común. Si no hay especial problema con lo que el mismo protagonista quiera hacer público, porque le da la gana, sí podría haberlo cuando lo cuentan otros exponiendo indebidamente su intimidad personal o familiar, el honor, o su imagen. Me viene a la memoria un supuesto un poco raro: alguna vez se ha planteado en la Universidad si era posible hacer públicas, con nombre y apellidos, las calificaciones de aquellos estudiantes que habían obtenido un cero (tal cual, o por aproximación). Resulta cuestionable. Menos mal que el remedio era sencillo pues bastaba, por ejemplo, con utilizar el número de identificación personal (NIP) del alumno.

La información personal forma parte de la intimidad

Puede costarnos un poco más comprender que también los datos personales son eso mismo (personales de cada cual), salvo que consintamos su divulgación haciéndolos públicos. En ocasiones es noticia justamente lo contrario. Por ejemplo (y cito casos reales), cuando la Agencia Española de Protección de Datos impone multas de miles de euros a varias empresas de reparto porque, en nuestra ausencia, entregan a un amable vecino el paquete en el que figura (no es raro) el número de móvil del destinatario. O cuando se multa a una cadena de gimnasios por pedir a sus clientes determinados datos sobre su salud para acceder a las instalaciones, o a una Federación de Esgrima por publicar una sentencia con demasiados detalles personales. O se sanciona a una entidad bancaria por enviar correos publicitarios a un cliente que no quería recibirlos. O se condena a una conocida empresa de telefonía a pagar un dineral, por dar de alta a un cliente sin su consentimiento. O la sanción a una determinada asociación cultural por subir a redes sociales imágenes de menores participando en sus actividades deportivas. Qué decir de la inclusión indebida en un fichero de morosos, claro que tiene consecuencias. Como las tiene que se incluyan imágenes nuestras en campañas publicitarias a las que somos ajenos. Las cámaras de videovigilancia, cada vez más frecuentes, igualmente originan una peculiar problemática.

Son solamente unos ejemplos, como digo, verídicos. En suma, ni foto ni dato ni nada de nada. No sin mi consentimiento.

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