Por
  • Sergio Royo

Soledad

Soledad
Soledad
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El otro día, en un texto que aspira a ser una ‘novella’, ponía a la protagonista a reflexionar sobre "la soledad de los que sienten solos". Decía Lucía que en esos momentos en los que la intensidad le desbordaba, no existía canción, película, poema o reflexión que reflejara todo lo que estaba sintiendo. 

Siempre había algo que iba más allá, y ahí, en esa soledad del recuerdo, del cariño extraviado, del que fuimos y se perdió, es donde más sola se encontraba. Y apenas le quedaba esperar a que pasara, que aquello pasara. Lo decía Lucía, pero lo escribía yo: estoy seguro de que no soy el único que a veces siente solo o en una escala mayor de lo que le gustaría, pero inventar esa sensación en el personaje alivió precisamente esa sensación, la de sentir solo. Escribir es, por lo tanto, paliar la soledad, una soledad no real pero que se siente como si lo fuera porque, a veces, y esto es una realidad dolorosa, nos quedamos solos sintiéndolo todo. Es algo ingenuo pensar que esa intensidad al sentir es de lo más propio que tenemos, casi único e intransferible, porque la forma de experimentar nuestras emociones puede ser, acaso, lo que más nos distingue. De ahí deriva la magia cuando, al brindar una copa o al mirarnos a los ojos, reconocemos lo que siente el otro y también el conjuro doloroso que a veces acontece, algunas noches, en nuestra terraza y con unos cascos, que hace que sepamos que eso que sentimos que viene de otro tiempo no hay nadie que lo comparta. Añoramos en la ficción y sentimos siempre solos, solos siempre, y casi todo.

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