Equilibrismos lingüísticos

Fachada del Congreso de los Diputados.
Fachada del Congreso de los Diputados.
Marcos Villaoslada / Europa Press

Bueno, ahora que en las altas esferas del ‘Estado’ el catalán ha dejado de hablarse exclusivamente en la intimidad y que el idioma de Verdaguer y de Maragall (Joan) se ha convertido en lengua vehicular en el Congreso de los Diputados, tal vez habrá llegado el momento de que el Gobierno catalán y las fuerzas políticas de esa comunidad reflexionen y se decidan a cumplir las sentencias sobre el uso de las lenguas en escuelas y colegios. Si se puede debatir y legislar en el Parlamento en cuatro idiomas, ¿qué inconveniente hay para que en las aulas de Barcelona, de Lérida o de Vich los niños reciban las clases en dos lenguas, el catalán y el castellano? ¿Qué necesidad hay de despreciar o descartar una de las dos?

Sobre todo, cuando los tribunales han dictado que debe ser así, que, aun primando al catalán, al menos un 25 por ciento de las asignaturas debería impartirse en español. Lo que no solo no se cumple sino que las autoridades catalanas hacen gala cuando quieren de su desacato. Si España es un país plurilingüe, Cataluña es una comunidad bilingüe. Si la diversidad de lenguas es una riqueza para los españoles, también lo será para los catalanes.

El catalán -y el gallego y el vasco- se ha introducido en el Congreso, a toda prisa y con calzador, no porque el uso exclusivo del castellano fuera inapropiado o poco democrático, sino porque les ha interesado a un presidente y a un partido que quieren seguir en el poder. El equilibrio entre el catalán y el español en las escuelas catalanas, más necesario y más justo, seguirá esperando por la misma razón.

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