Antes de hundirse

Foto de archivo de una rana.
Antes de hundirse
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La vieja fábula del alacrán y la rana sigue siendo útil para reflexionar sobre la condición humana. Esto, pese a que la mayoría del personal, urbanita, ‘tecnodependiente’ y alejado del campo, no ha visto de cerca, tocado y menos jugado con ninguno de los dos bichos. Y quizá también es oportuna para despertar la conciencia en estos tiempos políticos cargados de tensión e impudicia. O al menos intentarlo.

Dice algo así. Estaba un alacrán en la orilla de un río deseando cruzar al otro lado. Buscando el modo de conseguirlo sin perecer en el intento, vio una rana tomando el sol en una piedra. Desplegando sus mejores encantos se acercó y le pidió ayuda. Ésta, antes de aceptar, preguntó: "¿Cómo sé que no me clavarás tu aguijón?". A lo cual contestó con rotundidad: "Pues porque si lo hago moriremos los dos". Con esa respuesta y unos cuantos halagos, la rana aceptó. Se dejó convencer. Cuando estaban en la mitad del cauce el alacrán aguijonó el lomo de la rana que, antes de hundirse y fallecer, preguntó: "¿Por qué lo has hecho? Morimos los dos". Sin dudar el alacrán contestó: "Así soy y no puedo ser de otra manera".

En nuestro panorama político, además de censurar a quien engaña a los demás,
tendremos que valorar la responsabilidad en que incurre quien se deja engañar

¿Qué moraleja trae este breve relato? ¿Qué aporta al análisis del contexto político actual? Una primera interpretación: no se puede ir contra lo inevitable ni contra las pulsiones instintivas y ‘naturales’. El alacrán es como es. La rana lo intuía, pero se dejó seducir y terminó pereciendo por su ingenua colaboración, aparentemente altruista, con quien iba cargado de veneno. Si esto lo llevamos a las negociaciones para la investidura de presidente de gobierno de España, caben distintas miradas y posiciones. Piense en los líderes políticos y sus partidos, reparta las cartas e imagine el escenario.

¿Qué papel juega quién? ¿Quién o quiénes son los escorpiones de la escena? ¿Y la rana? ¿Quiénes son capaces de engatusar a quién sabiendo que no cumplirán su palabra? ¿Quiénes se dejan seducir pese a saber a ciencia cierta cómo son las circunstancias? Esto se responde de distintas maneras según el partido y el líder al que se apoye. Añada una dosis de polarización: el otro siempre es el malvado alacrán que incumple su promesa. Los venenosos y malos son los otros. Como bien sabemos, se ve con más facilidad la mota de polvo en el ojo ajeno que la viga en el propio.

En el cuento, el alacrán miente. ¿Y la rana? ¿Se deja engañar? Al primero, ¿le falló la voluntad o lo sabía desde el principio? A la segunda, ¿le pudo la bondad o la tendencia a ‘pensar’ el mundo al revés? Desde luego, la rana se imaginaba un final distinto. Con el alacrán no sabemos. Sea como sea, quizá haya que recordar los versos de José Agustín Goytisolo cuando soñaba con aquel ‘lobito’ bueno maltratado por todos los corderos. Ciertamente es posible encontrar "un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado". Según como se desgrana la miga de la historia se retrata uno mismo. El problema no está en la personalidad de los personajes, sino en las consecuencias de sus actos y palabras.

Confundir los deseos con la realidad puede tener graves efectos secundarios

Los deseos no son la realidad, son esa parte que modela lo real. Son una capa fácil de confundir. Y confundir lo que hay con lo que se querría que hubiese tiene efectos secundarios. ¡Qué se lo pregunten a la rana! Hizo lo que quiso y creía más oportuno. Ella no ‘se’ engañó. Quien no cumplió fue el alacrán. Mintió y con su mentira llegó el veneno. ¿Fue una ingenua la rana? ¿Pecó de buena fe? La respuesta está clara para quienes son partidarios del piensa mal y acertarás. Pero, ¿se han de arrinconar la compasión y la caridad por miedo a la peste?

Sólo sabemos cómo es el camino cuando lo hemos recorrido. La primera vez tiene algo de apuesta. Si la rana tuviera una segunda oportunidad, ¿aceptaría la petición? Probablemente no. ¿Y qué pasa con el alacrán? Nos debemos proteger de quien miente sistemáticamente tanto o más como de quienes están dispuestos a cualquier cosa con tal de salirse con la suya. Las mentiras, al igual que la deslealtad, corrompen las relaciones y el futuro común. El problema lo tenemos todos cuando el lobo se come a las ovejas porque, a la tercera, nadie cree a Pedrito, el del cuento. Aprender a base de errores obliga a despertar y estar atentos. Por cierto, los sectarismos son inviables, terminan destruyendo la convivencia.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Chaime Marcuello)

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