Razón, corazón y ejemplo

Razón, corazón y ejemplo
Razón, corazón y ejemplo
Heraldo

Comienza un nuevo curso en la Universidad. ¿Otro más? ¡No! Uno nuevo. Nuevo en algunas cosas, como la nueva administración que nos gobierna, como el nuevo calendario escolar, pero sobre todo, y por encima de todo, con alumnos nuevos. Para ellos el curso es nuevo, totalmente nuevo y es nuestra obligación, la del profesorado, dejarles claro que somos conscientes y que la dedicación que vamos a aplicar a su formación es igual de intensa que la que pusimos el primer día de nuestra profesión. 

Porque, aunque haya bastantes que no piensen así, sigo convencida de que la educación superior es la razón de ser de la universidad, ya que no somos únicamente centros de investigación, que sí que los hay. La formación superior de las nuevas generaciones nos ha sido encomendada en exclusiva a la universidad y no debemos olvidar nunca esta responsabilidad para con el resto de los ciudadanos.

El curso es nuevo, como ya he dicho, pero la motivación debe ser la misma. Hoy quiero reflexionar sobre los valores que deben guiar nuestra actitud docente. Tras años ejerciendo el magisterio, cada día tengo más claro que nuestra labor debe apoyarse en tres ejes: razón, corazón y ejemplo.

La enseñanza universitaria debe apoyarse en tres ejes: la razón, que nos permite avanzar en el conocimiento, el corazón, porque los alumnos no son máquinas, sino personas, y el ejemplo, para ayudar a los estudiantes a ganar experiencia

La razón es lo que nos permite que la enseñanza sea veraz, no digo verdadera, ya que a lo que nos obliga nuestra ética profesional es a usar y profesar siempre la verdad, pero ello no impide que algo de lo que explicamos se muestre erróneo al cabo del tiempo. En ciencia, y en todas las áreas de conocimiento, empleamos metodologías pedagógicas basadas en el método científico, no es una verdad escrita en piedra. Su comprobación, su falsación en terminología de Popper, es lo que permite crear un nuevo paradigma. Razón no es creencia ciega. Razón es lo que permite demostrar que las pseudociencias son simples falacias carentes de todo rigor e impide que progresen y se consoliden como una teoría más.

El segundo aspecto que he señalado es el corazón. No enseñamos a máquinas, aunque ahora algunos crean que la inteligencia artificial nos va a liberar de esa pesada tarea que es pensar. Los alumnos son personas y en un momento vital crucial. Entran adolescentes en las aulas y las dejan adultos. Adultos significa que son dignos de ostentar todos los derechos que la sociedad les otorga y todas las responsabilidades que ello supone. Les falta madurez, pero esta se obtiene en gran medida a partir de la experiencia y la suya ha estado limitada a su papel de alumnos. Si enseñamos pensando que no solo la formación académica, entendida como el contenido de programas y asignaturas, es lo que deben incorporar a su vida, logramos moderar el carácter generalmente impulsivo de la juventud. No se trata de adocenarlos. Se trata de que aprendan a dominar ese primer impulso irreflexivo, muchas veces innecesario. Para perseguir una ambición no es necesario correr demasiado, salirse en cada curva y que un sueño acabe convertido en una pesadilla.

He dejado para el último lugar lo que he denominado ejemplo. Obviamente aquí incluyo nuestro comportamiento ético en las clases, pero no se trata solo de cuestiones deontológicas. He dicho que, aunque adultos, no pueden dejar la universidad como personas maduras. Les faltan las vivencias imprescindibles. Creo que casi nadie ha asistido a un curso de ‘experiencia’. La obtenemos de forma empírica, esto es, enfrentándonos, u observando a otros hacerlo, a las más variadas situaciones que requieren tomar decisiones. Ya sé que se dice que nadie aprende en cabeza ajena, pero el conocimiento de esas experiencias siempre enriquece, y en mi opinión lo hace y mucho. Eso es ejemplo. Ofrecerles experiencias y su resolución, tanto por parte de los propios profesores como de otros de los que tenemos conocimiento. Quizá escuchar ese relato no les aporte ninguna nueva fórmula matemática que incorporar a su conocimiento, pero seguramente no hace falta.

Sí, es un nuevo curso y, como llevo haciendo desde hace ya bastantes años, lo afrontaré enseñando a mis alumnos que el conocimiento auténtico está basado en la razón, que las personas somos seres emocionales que precisamos corazón y que otros muchos antes que nosotros transitaron estos mismos caminos y hay mucho que aprender de su ejemplo.

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