Por
  • Isabel Soria

La roca

Las arquerías del claustro de San Juan de la Peña lucen tras su restauración.
Las arquerías del claustro de San Juan de la Peña
Luis Correas/Gobierno de Aragón

Eligieron los primeros reyes aragoneses un paraje singular y mágico para reposar eternamente, San Juan de la Peña. Y ahí, donde los conglomerados depositados por los bravos ríos durante millones de años retan a la gravedad, decidieron que sus cuerpos fueran enterrados y este monasterio se convirtió en Panteón Real. 

En esa raya que separa la tierra de la grandísima roca, en la confluencia entre los ejes x e y, entre el horizonte y lo vertical hallaron descanso los reyes de las montañas, los reyes de la casa de Aragón. Aquella gente que no temía a las cuestas, que organizó el territorio, que luchó por lo suyo y por ampliarlo, esos montañeses bravos fueron yendo hacia el norte y el sur, buscando tierras y riquezas; y sus hijos y nietos seguirían e irían también hacia el este, y cuando se encontraron el mar, lo cruzaron. Y buscaron su expansión, su fortaleza y su buen gobierno. A ellos les debemos hoy el impulso de un importante patrimonio cultural que nos llena de orgullo y que se dispersa durante siglos: desde Loarre y Montearagón o Sigena, hasta el palacio de Alfonso V en Nápoles.

La roca es inspiradora y Aragón no podía tener mejor pantalla ni escenario de cómo nace un reino. La roca habla de los orígenes humildes de un reino, pero con aspiraciones y ambición, de un reino que, como la roca fue fuerte y singular, grande y majestuoso. La roca es también albergue, como lo fue la aquel Aragón, mosaico de lenguas y fueros, de costumbres, de pueblos, de territorios, de culturas y tradiciones distintas. Un amalgama, una mezcolanza de gentes, lo mismo que la roca, que es un grandísimo conglomerado de muchas piedras que un día depositaron las aguas. 

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión