Cuidar la Creación

Cuidar la Creación
Cuidar la Creación
Heraldo

El pasado 1 de septiembre se celebró la Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la Creación impulsada por el papa Francisco. Sirvió de comienzo para lo que se ha llamado el ‘Tiempo de la Creación’. Durará más o menos un mes. Terminará el día de san Francisco de Asís, 4 de octubre, para pedir "que la justicia y la paz fluyan".

Ese fluir está unido a la idea de manantial, de agua que brota, riega, nutre y se suma a lo que el pontífice llama "el vasto océano del amor misericordioso de Dios". En estos tiempos donde cada vez pinta menos la Iglesia Católica, donde los pilares de nuestra vida cotidiana se desdibujan entre las pantallas de incontables dispositivos tecnológicos. En esta época donde lo espiritual queda arrinconado por lo material. En este tiempo descreído, se hace más necesario que nunca explorar el camino de una Iglesia sinodal. Y esto quiere decir que, en el camino, en el ‘odos, junto con otros podemos construir un mundo mejor. O lo que el cardenal Michael Czerny resume con la propuesta de una "Ecología integral para una nueva humanidad" haciéndose eco del capítulo IV de la encíclica ‘Laudatio Si’. Como él dice, "No debemos olvidar nunca que las jóvenes generaciones tienen derecho a recibir de nosotros un mundo bello y habitable".

En el fondo es hacernos cargo de la Creación. Viajamos en el mismo planeta por un Universo que apenas conocemos. Somos una mota de polvo en el Cosmos. Somos poco, pero somos. Y al tomar conciencia del ser se abre un mundo. Decir que somos parte de la Creación supone una obviedad, pero también una apuesta imposible de refutar o de comprobar, salvo que se viva ya con lo que significa. Es decir, si uno tiene la suerte de creer en esa visión del mundo como resultado de un dios Padre creador, las cosas cobran otra dimensión. Pero si esto suena a cuento chino, a paparruchas espiritualoides y clericales… también se puede compartir el proyecto. Vamos en la misma ‘nave espacial’.

No es algo nuevo. Hace más de dos décadas Juan Pablo II insistía en la ‘conversión ecológica’. Y esto lo traducía en cambiar de perspectiva y hacer de las cosas de la Vida un don que hemos de cuidar y transmitir a las generaciones futuras. Somos parte de lo creado y, desde este modo de ver y estar, nos toca cuidar de ello porque es un don que no se ha de dilapidar. Es una manera de reconocer la dimensión sagrada de la Creación, de la Naturaleza y de la Vida. Y aquí no es sólo convertirse de la noche al día en ecologistas que reclaman unas políticas verdes y sostenibles. Es algo más y distinto.

La solidaridad que reclama nuestro tiempo es hacernos cargo de la Creación como algo sagrado de lo que somos parte y que nos toca cuidar, denunciando las estructuras sociales y económicas que impiden la vida en su dimensión integral

Cuidar la creación y dedicarle un tiempo para metabolizarlo internamente supone pensar las acciones cotidianas. Es una tarea íntima pero también política, en el sentido más noble de la palabra. Las decisiones individuales tienen efectos públicos, más cuando se trata de cuidar de la Tierra en la que vivimos. Este préstamo de nuestros hijos, como ya sabemos, no es una herencia que podamos dilapidar sin más. Esta toma conciencia abre un mundo que no sólo es floral y verde. Más allá de las decisiones individuales nos toca presionar para que las políticas públicas sean consecuentes. Eso que hemos oído en tantas ocasiones de la justicia que brota de la fe, necesariamente está ligado al cuidado del mundo y de la Creación. No es posible la Vida si descuidamos sus condiciones de posibilidad. Esta conversión ecológica tiene efectos en los procesos económicos globales y también locales. En el Antropoceno ya tenemos evidencias de los efectos de la sobreexplotación de los recursos en la vida de las personas más vulnerables. Los derrotados del capitalismo contemporáneo nos muestran una parte del viejo reto de la justicia social.

El problema es cómo transitar el trecho entre el decir y el hacer. En esto cabe traducir una pintada de este verano en una pared cerca de Olorón: "La ecología sin lucha de clases es jardinería". La solidaridad que reclama nuestro tiempo es hacernos cargo de la Creación como algo sagrado de lo que somos parte y que nos toca cuidar, denunciando las estructuras sociales y económicas que impiden la vida en su dimensión integral. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Chaime Marcuello)

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