El paisaje

Vistas espectaculares en el Valle de Benasque
Vistas espectaculares en el Valle de Benasque
Laura Uranga

Más feliz que una perdiz estoy viendo llover en Cerler. Hacía quince meses que no subía a la montaña. De camino noté cierta mejoría de la carretera entre Campo y Seira, las obras avanzan y hay un par de túneles nuevos casi terminados. 

Junto con Los Monegros, el Valle de Benasque es uno de los paisajes que más hondamente me pertenece desde mi infancia. Lo he visto transformarse con muchas construcciones que a veces me desagradan. Incluso me llegan a molestar los nuevos edificios que alteran lo que veo desde mi ventana. Veo grupos de turistas de los que no me distingo en nada y su presencia me irrita, como si yo tuviese más derecho que ellos. Es un sentimiento irracional y egoísta, pero con algo de esfuerzo mental consigo reconducirme por el buen camino. Me consuelo escuchando el arroyo que baja potente gracias a las últimas lluvias. El arroyo se ríe a carcajadas como una noche de mi juventud en que me caí en sus aguas heladas intentando cruzarlo por evitar un pequeño rodeo. Los fresnos que bordean el arroyo han sido podados salvajemente varias veces a lo largo de mi vida. Son tan viejos como yo, pero cada primavera renacen y sus ramas se alargan como dedos temblorosos hasta mi ventana. Mi amiga Elena cree que sin esa poda los árboles nos impedirían ver el cielo. Está leyendo “Atlas literario de la Tierra”, de Eduardo Martínez de Pisón. Lo abre por la página veinte y me lee: “No hay que olvidar que las personas sueñan sus lugares y los dotan de espíritu. Por ello al paisaje se pertenece”. Entonces yo pertenezco a esos fresnos y les ayudo a crecer con mi mirada.

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