Masticar hielo

Masticar hielo
Masticar hielo
Pixabay

Una de las últimas tardes antes de coger vacaciones, me compré un granizado de limón que, llegado determinado momento, tuve que empezar a masticar porque la pajita era de cartón y es un hecho que este artilugio, al poco de empezar a usarlo, se hincha, se empapa y deja de funcionar. 

La pajita de cartón es, quizá, una de las consecuencias más trágicas de ese bien superior que es la sostenibilidad del planeta; y por eso si hace falta masticar hielo, se mastica con gusto. Resulta más curiosa la tarea cuando uno viaja a Estados Unidos en pleno agosto y observa que lo de preservar el planeta queda excesivo si decimos que es una tarea a la que se está entregando todo Occidente. En Nueva York, el dispendio contaminante es patente, normalizado y sin aspavientos. Llega uno dispuesto a masticar hielo por la sostenibilidad, y se da cuenta de que el hielo allí está en la temperatura del aire acondicionado. No exagero cuando digo que conviene tener a mano un forro polar por si, con 33 grados en la calle, a uno se le ocurre entrar a cualquier supermercado, donde la sección de congelados bien podría prescindir de neveras y dejarlo todo apilado en palés. Hubo un momento en que no sabía si estaba buscando unas galletas o visitando la zona de pingüinos de un zoo. Eso ocurre también en el metro, en los restaurantes y en los hoteles, donde dejábamos el aire apagado y a la vuelta el servicio de limpieza lo había dejado de nuevo encendido, que casi llamo a recepción para preguntar si es que lo hacían para suplir que en la habitación no había neverita.

De vuelta a Europa, pasando unos días en Lisboa, agradecimos el regreso al compromiso climático, que no es cocerse o helarse, sino simplemente ser responsables con el consumo de energía. A veces, cuando nos excedemos en la crítica a las medidas que se toman para la sostenibilidad del lugar que habitamos, conviene visitar lugares donde el descontrol es tal que se hace patente aquello de que el ser humano siempre tiende al exceso (y no solo en China o India, también en Occidente). También para darse cuenta del inmenso teatro que es Estados Unidos, donde parece que países como España tenemos que rogar acudir a sus cumbres climáticas, un mal chiste tolerado por dependencia y complejos de los que sí vamos por el buen camino.

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