Por
  • Luisa Miñana

Tantos, tantas, tanto

El presidente de la Federación subió a la jugadora Athenea del Castillo en sus hombros durante la celebración del Mundial, una actitud llamativa al tratarse del máximo mandatario del fútbol español
El presidente de la Federación subió a la jugadora Athenea del Castillo en sus hombros durante la celebración del Mundial, una actitud llamativa al tratarse del máximo mandatario del fútbol español
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Como han reflexionado no pocos artículos en estos días, y compartido en redes sociales muchas mujeres, el caso Rubiales, debido al contexto deportivo de máximo nivel en el que ocurre y a su consecuente amplia difusión, es un sonado epítome de tantos y tantos hechos cotidianos similares soportados por las mujeres, a lo largo de tanto y tanto tiempo, en tantos ámbitos de la vida. 

La relevancia simbólica de ese contexto –ni más ni menos que la ceremonia de entrega de los trofeos a las campeonas del Mundial de Fútbol: el torneo más importante del deporte más global– aumenta la gravedad de un acto de evidente y burdo sexismo, ocurrido y contado en dos tiempos y escenarios: la alabanza a los ‘huevos’ del seleccionador nacional –explicación del propio Rubiales–, gesto elocuente incluido, como sabemos, en el palco de autoridades y en presencia de la reina y la infanta Sofía; y en el campo de fútbol, donde las mujeres de la selección española acababan de proclamarse campeonas mundiales, con el beso en la boca a una de ellas y los gestos excesivos de machote ante ‘sus chicas’, que trasladan una eufórica y mal entendida autoafirmación de encumbramiento personal.

El primer gesto, amén de impresentable en cualquier circunstancia, más aún en un ámbito institucional como es un palco de autoridades, podríamos traducirlo así: ‘olé tus huevos, Vilda, porque si ganamos, vamos a ser los reyes del mambo todavía más y nos libramos de un plumazo de cualquier rescoldo de la polémica suscitada por las quejas de las mujeres futbolistas respecto a las carencias de medios para su trabajo y a la forma en que las consideramos; el fútbol es cosa de tíos, caramba’ (suavizo el tono del pensamiento que imagino en la cabeza de Rubiales en aquel momento).

El segundo gesto, el del salto acrobático de ese señor para colgarse de la jugadora y plantarle un beso en la boca es, claramente, e independientemente de la calificación legal, una falta de respeto absoluta, una agresión al espacio personal, la forma más ancestral e irracional de forzar el sometimiento de las mujeres: la sexualización gratuita como exhibición gestual del ejercicio de poder (que se manifiesta en diferentes grados y escalas de gravedad, según circunstancias y ámbitos).

El beso que Luis Rubiales le plantó a la jugadora es claramente, e independientemente de la calificación legal que le corresponda, una falta de respeto absoluta, una agresión al espacio personal, la forma más ancestral de machismo

Los gestos son lenguaje, comunican mensajes, situaciones y mentalidades, a veces con más nitidez que las palabras, como en este caso, pues los gestos pusieron en evidencia el machismo de los dirigentes del fútbol español antes de que lo hiciera de propia voz el señor Rubiales, efusivamente aplaudido, al hablar unos días después de la "lacra del falso feminismo". Es de manual que quien no entiende algo siempre suele caer en la tentación de descalificarlo.

Independientemente de la percepción subjetiva que se pueda tener (incluso por parte de las propias jugadoras, a quienes hay que conceder su tiempo, más allá de los ritmos mediáticos, porque muchas sabemos que, ante la estupefacción inicial, a veces cuesta comprender), lo que ocurrió el pasado 20 de agosto (amén, insisto, de cómo decida calificarlo la Justicia, si llega el caso) fue una clara manifestación de una cultura trasnochada, rancia, de un entendimiento agresivo del poder masculino asociado a costumbres y maneras que, entre otras inercias deleznables, minusvaloran y rebajan los logros de las mujeres, aunque se aproveche de ellos.

Nunca el deporte fue solo deporte. La forma y gestión de su práctica y competiciones colectivas han ido históricamente en paralelo al devenir de las organizaciones sociales, evidenciando los parámetros de las relaciones establecidas entre clases y grupos. Las democracias contemporáneas, que recuperaron mucho del significado transversal y celebrativo de las Olimpiadas clásicas, están obligadas a que la gloria y la alegría de la victoria coronen a quienes la merezcan, y lo hagan con dignidad tanto en el respeto a sus derechos personales como laborales. También, ya es hora, si la gloria corresponde a mujeres. Teniendo en cuenta la relevancia de los eventos deportivos, como espejo para tantos, conseguirlo es de vital importancia para el futuro, también para conseguir borrar de la vida de tantas mujeres gestos y actitudes que ni solicitamos ni nos gustan. A ver si queda claro, ya es hora.

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