Cierzos divinos

Cierzos divinos
Cierzos divinos
Lola García

Una columnista atribuía en este diario a la climatología el deterioro de un banco callejero. No al tiempo, ni a la intemperie, que le parecerían términos vulgares. Pero la climatología es una ciencia y difícilmente podrá estropear un objeto material, del mismo modo que la petrología estudia las rocas, pero no puede alterarlas.

El 27 de agosto, el cierzo se llegó hasta Zaragoza galopando a casi 90 km/h. (en Valmadrid midieron 87). A partir de 120, marca que el cierzo ha superado más de una vez, el viento se considera huracán, voz caribe que los españoles extendieron por medio mundo: hurricane, ouragan, uragano.... Formidable, poderoso, temible y también limpiador, refrescante y baratísimo. Hubo cortes de suministro eléctrico. El Ayuntamiento ordenó prudentemente cerrar los parques públicos y recomendó sujetar los toldos y asegurar los objetos que pudieran caer a la calle desde terrazas, balcones o ventanas.

Dos milenios y más

Sabemos con certeza que hace más de 2.200 años este viento, tan familiar para nosotros, ya se llamaba así. La cita más antigua que se conserva es de Catón, llamado el Antiguo (o el Censor, porque ejerció esta importante magistratura romana). Es el que durante muchos siglos dio nombre al ‘catón’, es decir, a todo libro escolar en que antaño se aprendía a leer y a escribir. La palabra se usaba mucho en mi niñez.

Catón estuvo en Hispania durante un par de años (196-195 a. C.) al frente de un gran contingente legionario. Recorrió gran parte de la península incluido el hasta entonces desconocido (para los romanos) valle del Ebro. Hizo incursiones rápidas de exploración que llegaron hasta Jaca. Por la derecha del río conoció el Jalón, con lo que adquirió noticia de cómo llegar desde el Ebro hasta la Meseta. Un camino con futuro.

Escribió un libro, titulado ‘De los orígenes’, que se ha perdido. Pero un lector suyo, casi cuatro siglos más tarde, citó algunos pasajes de la obra todavía en circulación y en uno de ellos se alude al cierzo. Lo hace en una extensa obra (’Noches áticas’) que recoge y comenta un sinfín de curiosidades y datos de interés para los romanos de época imperial.

Este lector, llamado Aulo Gelio (muerto hacia el 170 d. C.), tomó de las memorias del viejo Catón un párrafo, parte del cual se entiende directamente sin especial dificultad, por el parecido léxico del español con su lengua madre (perdone el lector un punto de pedantería en honor de Roma): "M. Cato in libris Originum eum ventum ‘cercium’ dicit, non ‘circium’. Nam cum de Hispanis scriberet, qui citra Hiberum colunt, uerba haec posuit: (...) Ventus cercius, cum loquare, buccam implet, armatum hominem, plaustrum oneratum percellit". Esto es: "Marco Catón, en sus Libros de los Orígenes, llama a ese viento ‘cercio’, no ‘circio’. Y cuando escribió de los hispanos que viven de este lado del Ebro, escribió: El viento cierzo, cuando se habla, llena la boca y tumba a un hombre con su armamento y un carro cargado". Lo cual se cita mucho de segunda mano. Otras alusiones antiguas al cierzo, en cambio, son poco conocidas.

El viejo ‘cercius’, en áreas de España y Francia, se llama hoy mistral y tramontana. Los romanos llamaron ‘cercius’ a los tres, por su obvia semejanza (los indígenas no conocían sino el suyo respectivo). Solo el nuestro ha conservado ese nombre antiquísimo que recogió Catón. Los climatólogos explican que los cierzos se originan cuando es grande la diferencia de la presión atmosférica entre el Cantábrico (más alta) y el Mediterráneo (más baja). Esa pendiente, o gradiente, si es acusada, causa este soplido formidable que se acelera al tocar el frío de las montañas: son los ‘vientos catabáticos’ de la climatología. Que estudia los vientos, pero no puede modificarlos.

Para los antiguos romanos, el Cierzo era un viento tan poderoso que merecía tener un templo y fue el propio Augusto quien ordenó edificarlo

Dios Cierzo, dios Moncayo

En el siglo XX las gentes aún atribuían estas corrientes al soplido del Moncayo, monte imponente y antiguo (‘anciano’, lo llamó Marcial, por mostrar siempre nieve a modo de cabello cano) al que se atribuía condición divina: "Ya sopla el Moncayo", advertían, al comprobar que había cierzo. ¿Quién, si no, lo podía generar desde el oeste?

Augusto ordenó erigir un templo en la Galia a este recio viento –el mistral aún se llamaba ‘cercius’– en la región que hoy llamamos Provenza. El famoso Séneca lo señaló y dijo por qué: los habitantes lo veneraban, porque, si bien dañaba sus enseres, les procuraba un clima saludable. Lo mismo se dice hoy junto al Ebro: el cierzo molesta, pero limpia.

En julio de 2018, en el aeropuerto de Zaragoza, el anemómetro le midió al cierzo una velocidad de 135 km/h: un huracán.

En el barrio zaragozano de Arcosur hay una Avenida del Cierzo, desde hace unos años. Pero el viento no ha hecho ningún caso y sopla no solo allí, sino por todas partes. Como lo que es: el señor de nuestros aires.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Guillermo Fatás)

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