Comienza septiembre y a la contraofensiva ucraniana se le está acabando el tiempo. Las lluvias del otoño embarran el terreno en Ucrania, como también en Rusia, y dificultan los movimientos de los vehículos, las tropas y los abastecimientos. 

Al menos eso es lo que les ocurrió a los alemanes en 1941. Claro que ahora los medios técnicos son distintos, y además los ucranianos luchan en casa. De momento, la tan anunciada contraofensiva apenas ha dado frutos. Las autoridades ucranianas publicitan cada kilómetro cuadrado que adelantan y cada aldea que toman, lo que indica que avanzan poco y que el objetivo de llegar al mar de Azov para partir en dos el área ocupada por los rusos está lejos.

Entre tanto, la posibilidad de movimientos políticos en Moscú que aparten o derroquen a Putin también se aleja. Quedan muchas dudas sobre el ‘caso Prigozhin’, su rebelión y su muerte, pero el sátrapa del Kremlin parece seguro en su sillón. Y tampoco la economía rusa se está hundiendo, sufre, pero se sostiene. Y, a pesar de las sanciones y de las represalias, la Unión Europea sigue comprando gas ruso. Menos por tubería, pero más por barco. Las compras europeas de gas licuado ruso han aumentado este año un 40%, y uno de los principales importadores es España, que tiene que sustituir el que antes recibía por los gasoductos argelinos.

La guerra continúa, pero los europeos no quieren pillarse los dedos el próximo invierno con el suministro energético. Están llenando los depósitos de reserva, por lo que pueda pasar.