El respeto de los besos

El respeto de los besos
El respeto de los besos
Pixabay

No soy de regalar besos. Porque no me sale, o porque los valoro; es aprecio que -con el indudable respeto que merece la cortesía– no me esfuerzo por dilapidar. Y estimo además otros gestos para intercambiar un saludo. 

El beso, en sus múltiples variables, es territorio reservado a la querencia mutua; escenario donde compartir un abanico inmenso de emociones, de las más sencillas a las más explosivas. Que la falta de norte lleva a veces, demasiadas veces, a confundir.

El gesto se me hace sello indispensable entre los muy cercanos, supongo que como herencia natural de mis prácticas familiares. Porque nunca dejé de dar un beso a mis padres en cada encuentro, hábito por el que hoy –amontonados los días de su hasta luego– sigo suspirando. Lo mismo que el recurso al recuerdo de sus últimos abrazos, en los que me refugio cuando los preciso, adentrándome por entre los recovecos de mi memoria.

El beso delicado de un saludo aporta cercanía y afecto, o el respeto que surge de una práctica social consolidada, acto también de reconocimiento. Si bien es verdad que el recorrido del tiempo de pandemia incorporó alternativas a las presentaciones y a los encuentros, muchas veces, de mayor calado. Porque puede aportar mucho más un valorado y sincero cruce de miradas que el compromiso indiferente de un choque de mejillas.

Hace unos días, me quedé prendado de la inesperada muestra de cariño de una señora muy mayor, de esas que parece que siempre han estado y siempre estarán. Para las que no pasa el tiempo. Durante la misa, en el gesto de la paz, nos intercambiamos la mirada –como hago siempre– y ella contuvo el encuentro; se llevó la mano a la boca y me lanzó un beso. Sincero, natural, directo. Lo sostuve, cautivado y con un alegre desconcierto, para darle sentido a lo que transmitía y para acomodarlo en el corazón. La he vuelto a saludar, enredada en una sonrisa, y me viene a la cabeza la naturalidad de aquel ademán. A través del que aprovecho para percibir el sentido y el respeto con el que se envuelve, y merece, cada beso. 

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