Por
  • Fernando Jáuregui

El maldito curso político

El maldito curso político
El maldito curso político
Heraldo

Ahora, los contactos entre los partidos ya tienen que ir en serio, porque llega el mes de septiembre y los tiempos corren. Alberto Núñez Feijóo prepara sus encuentros con representantes de todos los grupos políticos –excepto con Bildu–, incluyendo, aseguran, algunos presidentes autonómicos a los que inexplicablemente se daba la espalda, como el president de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonès.

Hay que variar el rumbo, porque los tiempos están cambiando de manera desaforada, y creo que en el Partido Popular están, al fin, entendiéndolo, aunque les den con algunas puertas en las narices y tengan que aplazar sus ambiciones de llegar a la Moncloa. Y, en el otro lado, el del Gobierno (en funciones), de lo poco que nos enteramos es de cómo se teje una ‘normalización’ de la amnistía, lo que va a provocar una inminente batalla jurídica de aúpa, y de los retazos que, a trancas y barrancas, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz van cediendo para mantenerse en el poder.

En el curso político que ya está comenzando va a ser imposible resistirse a la pulsión de cambio que, para bien y para mal, se deja sentir en nuestro país

Perdón por la autocita, pero, en este retorno al duro banco, me ha dado en pensar en que fue el 11 de septiembre, hace menos de un año, cuando presenté mi último libro, una historia del socialismo en el poder, con especiales referencias a Pedro Sánchez y su carrera. Me es muy duro reconocerlo, pero la verdad es que, en este tiempo, el libro, y otros muchos que analizan la actualidad política, ha quedado perfectamente obsoleto. Asusta pensar, volviendo la vista atrás, en cómo ha cambiado casi todo en menos de doce meses, y solamente imaginar hasta qué punto van a evolucionar aún mucho más tantas cosas supera el pasmo por lo ocurrido en el inmediato pasado.

Creo que estamos entrando, para lo bueno y para lo malo, en una época que bien podría denominarse, aunque nadie quiera hacerlo, como ‘constituyente’. La Constitución de 1978 está, es cierto, obsoleta en muchos aspectos. Pero su reforma tendría que ser consensuada, no colada por ninguna puerta de atrás, con nocturnidad y alevosía. Y el alcance y las modalidades de una inminente amnistía a los implicados en el ‘procés’, casi mil cuatrocientos en total, según los cálculos que filtran Junts y Esquerra, va a protagonizar la formidable primera batalla, políticamente interesada, claro, de esta legislatura que ahora se pone en marcha.

De nada sirve, de un lado, colocarse de espaldas a esta evolución renegando de cualquier cambio. O, del otro, trampear con ella eludiendo la fiscalización de la sociedad civil, que debería participar de modo decisivo en cualquier modificación ‘constituyente’, y permítanme seguir utilizando este término, ‘maldito’ para la clase política instalada. Una auténtica tormenta perfecta, que implica también a la propia Jefatura del Estado y a la heredera de la Corona, cae sobre la política, la economía, el concepto territorial, los usos sociales, hasta sobre el deporte, en nuestro país. Y ahora mismo apenas contamos con un Gobierno en funciones, mal avenido, para hacer frente a la inmensa pulsión del Cambio, con mayúscula, a la que nos enfrentamos.

Se están
cruzando muchas líneas que parecían rojas pero que van dejando de ser tabú

Por eso titulaba este artículo llamando ‘maldito’ al curso político que este lunes ha empezado de veras, un mes después del resultado de unas elecciones generales que ganó Núñez Feijóo pero que Sánchez va ganando en el período poselectoral... dependiendo de Puigdemont, claro. No creo que nadie piense que el ‘fugado de Waterloo’ va a permanecer mucho tiempo en fuga; de alguna manera regresará, sin cargos, a Cataluña, pese a lo que se prevé como una oposición cerrada de los jueces del Tribunal Supremo.

Por lo pronto, el ‘maldito’ curso se inició este lunes con el ‘préstamo’ de diputados socialistas y de Sumar a Junts y Esquerra para que, al margen (en contra) del Reglamento de la Cámara, ambas formaciones secesionistas puedan tener grupos propios en el Congreso de los Diputados, con todas las ventajas que ello supone. Todo un indicio (uno más) de que aquello que un día se llamó ‘líneas rojas’ se ha ido al diablo, por decirlo suavemente. Bienvenidos al futuro.

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