Columnas nostálgicas

La playa es uno de los escenarios habituales de las vacaciones veraniegas.
La playa es uno de los escenarios habituales de las vacaciones veraniegas.
Luis Tejido / Efe

Repasando las páginas de Tribuna de estas últimas semanas compruebo que, si dejamos de lado (y es gran alivio) la política, uno de los temas de los que más se ha escrito este verano ha sido la nostalgia, el recuerdo de los veranos pasados, sobre todo los de la infancia, que ya dijo Rilke que es «la verdadera patria del hombre». 

Abrió el fuego, ya el 26 de junio, José Luis de Arce, que escribía: «El cambio de estación es un signo del inexorable transcurso del tiempo… Y tienes un ataque de melancolía». Alejandro E. Orús, lo dejaba claro, «cada helado, cada sorbo de sangría son capaces de activar nuestras neuronas para abandonarnos a la pura nostalgia de otros veranos». Felipe Benítez Reyes, aun reconociendo que «el verano es una estación más apropiada para la celebración que para la nostalgia», evocaba los cines de verano de sus vacaciones infantiles en el pueblo, «que fueron algo así como nuestra cervantina Cueva de Montesinos, el recinto de los encantamientos». Vicente Pinilla ponía el dedo en la paradoja de la memoria, «todos estos recuerdos nos producen tristeza y melancolía, pero también alegría por todo lo disfrutado». Mariano Gállego recordaba la vuelta a casa tras su primer campamento, que tuvo un salutífero efecto en su carácter. Y Chema R. Morais ponía un toque de sofisticación posmoderna con esa ‘Nostalgia futura’ de la cantante Dua Lipa. Por fin, Esperanza Pamplona se acordaba, y es de justicia, de los muchos, quizás la mayoría, para quienes el verano no era playa y libertad, sino condena de asfalto y chicharrina: «La ciudad era un desierto que solo recorríamos sin esperanza los parias que no teníamos pueblo ni opción de ir a la playa». Tal vez la nostalgia sea un lujo.

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