Regla de oro

Una regla de oro de las reparaciones domésticas es que el cliente jamás debe intervenir.
Una regla de oro de las reparaciones domésticas es que el cliente jamás debe intervenir.
Lisen Kaci

Se me agolpan los temas. 

Aunque renuncie al de los pechos de Eva Amaral, porque, como me escribe una lectora, ya hay demasiados varones solidarios «diciéndoles a las señoras lo que tienen que hacer con sus tetas», sí quiero, en cambio, comentar el ‘beso robado’ del dirigente a la jugadora, tras el gran triunfo de la selección española de fútbol, o tratar del bienestar discente de la dama cadete Borbón Ortiz, obligada, por lo visto, a hacer dos cursos en uno, como si la formación militar fuera poco exigente.

Sin embargo, estas y otras cuestiones tendrán que esperar. Aún me debo al episodio que inicié la semana pasada sobre dos fontaneros, padre e hijo, que, en lugar de seguir los pasos claudicantes de una aseguradora, se afanaron en arreglar un siniestro en mi casa, que pasaba por encontrar una llave de radiador descatalogada.

El logro de dicho propósito, tras cuatro días de buceo en una red analógica de almacenes, continuó con la necesidad de hacer una rosca en la tubería comprometida, lo que sumó dos días más en la mencionada ‘deep web’, hasta hallar el cojinete de roscar apropiado, que, por sus desusadas medidas, también está en extinción.

Como al público le apasionan las maniobras que, además de fuerza, maña y resoplidos, tienen un lado sentimental, aprobará que, en favor de ciertos detalles, quede para una próxima entrega el desenlace de este asunto, en el que, vaya por delante, vulneré esa regla de oro de las reparaciones según la cual el cliente jamás ha de fisgar ni, con más razón, intervenir sin permiso. Como cuando se besa, no se ha de avasallar.

jusoz@unizar.es

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