Por
  • Francisco José Serón Arbeloa

Uniformes y disfraces

Los disfraces son típicos de fiestas como el Carnaval.
Los disfraces son típicos de fiestas como el Carnaval.
Oliver Duch

Cada ser humano es único. 

No solo hablamos de los rasgos físicos particulares, como altura, color de ojos, color de piel, etc., también hablamos de un conjunto de características: psicológicas, culturales, políticas, religiosas, de género, de procedencia, etc., a lo que se añade la serie de circunstancias y experiencias que cada persona vive a lo largo de su vida. Todo ello define su identidad que por lo tanto es diferente a la de los demás. A pesar de todo lo dicho, la sociedad, de cara a su funcionamiento, es capaz de agrupar, categorizar, comparar y calificar a las personas y colocarlas en grupos homogéneos en sí mismos pero diferentes entre sí. Por ello, y como diría Bernat Castany, el concepto identidad es una madeja de paradojas.

Una de las herramientas utilizadas por los miembros de una organización que pretende diferenciase del resto mientras desarrollan la actividad que los caracteriza, es el uso de la ropa a través del símbolo del uniforme. Piensen en los religiosos, ejércitos, policía, guardias de seguridad, jueces, abogados, escuelas, empleados de ciertas compañías, etcétera.

Otra de las herramientas, esta vez en relación con ambientes festivos, son los disfraces, que es cualquier tipo de vestimenta u ornamenta utilizada con el propósito de distraer o llamar la atención con fines culturales, artísticos, religiosos, promocionales o de otro género. Esta forma de vestimenta es efímera; se utiliza de manera transitoria en situaciones ajenas a la vida cotidiana en las que se aceptan ciertas transgresiones. Ejemplos típicos podrían ser un carnaval, una fiesta de disfraces, una rememoración de algún hecho histórico, una obra teatral, una boda, seguir una moda, etc.

Ambos planteamientos son aparentemente lógicos y necesarios, si no fuera por la inevitable manifestación vanidosa y narcisista de los seres humanos, que nos suelen llevar de lo que podría considerarse mínimamente adecuado hasta alcanzar el ridículo más espantoso en el caso del exceso.

Como todos sabemos el narcisismo es el amor que se dirige un sujeto a si mismo, toma su nombre del mito griego de Narciso, que se enamoró de su propia imagen reflejada en el agua y se ahogó al intentar besarla. Si bien se puede aludir como una serie de rasgos propios de la personalidad normal, el narcisismo llevado a sus extremos puede manifestarse como una forma patológica en la que el narciso sobrestima sus habilidades, tiene una necesidad excesiva de admiración de los demás y de autoafirmación, coincidente normalmente con una autoestima baja o errónea. Este mismo concepto, aplicado a un grupo social, es frecuentemente utilizado para denotar elitismo o indiferencia a la situación de los demás. Observe a su alrededor con un cierto detenimiento y podrá comprobar diferentes grados de manifestación narcisista tanto individual como grupal.

Por extensión del texto, voy a destacar un solo ejemplo que reúne todo lo que las palabras «exceso narcisista en las personas y en los grupos» pueden significar. Recuerden los actos asociados a la coronación de Carlos III del Reino Unido, y no se fijen sólo en las figuras de los reyes, había muchas más personas y grupos rodeándolos durante toda la duración de los actos. Lo justo, sabio, valeroso y ético es que se podrían haber alcanzado los mismos objetivos, pero sin tantas tonterías asociadas que sirvieron para exaltar las pasiones del narcisismo convirtiendo el acto de la coronación en un puro carnaval.

He seleccionado esa celebración porque ejemplifica muy bien lo que pretendo decir, pero no es la única, la exageración se manifiesta en: ciertas inauguraciones deportivas, algunos actos protocolarios castrenses, las coronaciones de los papas, las celebraciones y entierros de Estado, los carnavales de algunas ciudades, ciertas fiestas tradicionales populares, etc., lo que todo eso tiene en común es que al abusar de narcisismo consiguen transformar unas veces lo serio en ridículo y otras lo divertido en estrafalario. ¡Maduremos, estamos en el siglo XXI!

Francisco José Serón Arbeloa es catedrático de la Universidad #de Zaragoza

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