Por
  • Cristina Grande

Vuelta atrás

Casa Paricio.
Casa Paricio.
Francisco Jiménez/ Heraldo

Me encanta ‘Vuelta atrás’, el programa de Aragón TV que cuenta nuestro pasado con documentos gráficos e intervenciones de expertos de los que aprendo mucho. Al final de cada capítulo, que siempre se hace corto, me queda sin embargo un poso de tristeza. Esa tristeza viene de una gran nostalgia por lo perdido. El mercado central se salvó de la piqueta gracias a la presión ciudadana. Pero antes habían derruido toda una manzana de edificios y con ella desaparecieron las calles Cerdán y Escuelas Pías. El maravilloso Teatro Pignatelli, obra también del arquitecto Félix Navarro situado donde ahora está Correos, no corrió la misma suerte que el mercado y fue demolido en 1915, treinta y pico años después de su construcción. La misma pena me embarga cuando muestran viejas fotografías del Paseo de Sagasta. Casi tengo que taparme los ojos como en una película de terror para no ver al ‘alien’ devorando tanta belleza. Lo peor es que ese ‘alien’ sigue entre nosotros. De él me refugio muchos días en Casa Paricio, fundada en 1928, donde se siguen vendiendo vinos a granel y donde Millán nos sirve lo de siempre nada más vernos entrar a mi madre y a mí. Bajo sus enormes ventiladores, sentadas junto a la ventana, o más al fondo frente al cartel enorme de anís La Dolores de Calatayud, o pegaditas al viejo radiador Roca de hierro fundido, o a uno de los mastodónticos toneles me siento a salvo, en un refugio. Allí el ‘alien’ no puede entrar. Imagino a Fernando Pessoa en uno de los veladores de mármol escribiendo su ‘Libro del desasosiego’. Mis desasosiegos me dan una tregua durante ese ratito.

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