Los mantras de Abulafia

Las letras pueden convertirse en fuente de misticismo.
Las letras pueden convertirse en fuente de misticismo.
HERALDO

Sigue de moda en Occidente el ya muy conocido mantra Om. Ha pasado con él como con otros saberes de Oriente, a menudo admirados por desconocimiento de los saberes de Occidente. 

No siempre es así, pero pasa mucho. Por lo que sea, muchas personas prefieren leer los aforismos de Sun Tzu que los de Gracián y manejar la catana y no el florete. Ya sucedió con el sitar cuando lo descubrieron los Beatles y lo inyectaron en vena desde Liverpool a los millones de seguidores que tuvieron (y tienen. Me incluyo). Sitar, cítara, guitarra: una familia a la vez onomástica y musical.

Los expertos en las muy aireadas sutilezas oriundas del Oriente aseguran que las ondas del Om bien emitido (aaaa-uuuu-mmm) sintonizan con el sonido primordial del universo. Debe de ser algo como la armonía de las capas cósmicas de los antiguos pitagóricos, o sea, la música de las esferas. El emisor bregado en el mantra Om consigue ciertos reverberos en sus meninges o en el etmoides u otro hueso semejante y accede así a una forma de conciencia universal, a un Absoluto. Deberían probar. Así no creerán que es sabiduría oriental que el manido Dalai Lama chupetee la lengua de un niño por causas metempsíquicas o porque pensase que era el día del ‘Boy Love’.

En Occidente hace mucho tiempo que nacieron doctrinas parecidas para alcanzar estados de arrebato y éxtasis. La mística trata de eso. Y no es solo cristiana. También la famosa, y aún practicada, cábala judaica está muy arraigada en los espíritus inquietos de ciertos estudiosos, con sus parientes más o menos paparruchescos, como la numerología (guematría, entre judíos) o ciertas variantes de las cartas astrales. En general, son prácticas inofensivas, salvo cuando a alguno de sus apóstoles le da por proclamarse faro y guía de un grupo que se le somete boquiabierto.

Con Abraham Abulafia no hubo riesgo de secta: lo admiraban mucho, pero nadie lo entendía. Sus tesis sobre el nombre real de Dios y las letras hebreas tienen aún adeptos. Empero, el hebreo es un modo de escritura hijo del arameo y muy posterior al cuneiforme o al jeroglífico, por ejemplo. Así y todo, hay quien cree que es la lengua de Yahvé (o Jehová), que sus letras vienen del Edén y que la esencia íntima del nombre arcano de Dios solo es alcanzable mediante la intelección de ciertos rasgos ocultos en esa lengua. Qué se le va a hacer. Otros aseguraron que la lengua adánica era el vascuence.

Los mahometanos, en el siglo VII, destronaron teológicamente al hebreo y a todos los demás idiomas y atribuyeron al árabe la condición de única y genuina lengua divinal. Tan divinal que, en rigor, ‘La Recitación’ (El Corán) dictada por Alá a Mahoma mediante el arcángel Gabriel es intraducible, pues el tránsito a otra lengua le priva de su perfección semántica y acústica.

En esta especie de búsqueda de Dios por la vía de las letras y las palabras anduvo el zaragozano Abulafia, muy famoso en ese mundillo, antes y ahora. Incluso Umberto Eco llamó Abulafia a un superordenador novelesco.

Las técnicas respiratorias del yoga y otros caminos a las esencias ya están en Abulafia y en sus muchos mantras divinos: «Toma cada letra del Nombre y vocalízala con una larga respiración. No respires entre dos letras, únicamente mantén la respiración todo el tiempo que puedas, y después descansa durante una respiración. Haz esto mismo con todas y cada una de las letras. (...) Con cada letra tiene que haber dos respiraciones, una que se ha de mantener durante la pronunciación de la vocal y otra para descansar en el intervalo entre cada una de las Letras”.

Hay todo un recital de mantras (miles de ellos, combinando las letras hebreas) para acercarse al nombre secreto del Dios judío. El ejercicio es prolijo: «Cada respiración comprende una inhalación y una exhalación. No pronuncies la palabra con los labios entre la exhalación y la inhalación, sino que has de lograr que el aliento y la vocalización se produzcan mientras estás exhalando». Si no se pronuncia durante la espiración no surte efecto.

No puede uno distraerse en banalidades mientras se ejercita: «Concentra todos tus pensamientos en imaginar el Nombre, bendito sea, y con él, a los ángeles celestiales. Y visualízalos en tu corazón como si fueran seres humanos que están a tu alrededor, sentados o de pie, y tú estás entre ellos como un mensajero. Y cuando hayas imaginado todo esto enteramente, dispón tu mente y tu corazón para comprender los pensamientos que te van a ser enviados por medio de las letras que has pensado en tu corazón».

Así es la ‘cábala profética’ de Abraham Abulafia, hijo de Samuel. Nació en Zaragoza, vivió en Tudela, Barcelona, Acre, Jerusalén y Malta. Fue a Roma para discutir con Nicolás III, sin saber que este lo quería quemar. El papa murió el mismo día de la llegada del cabalista. Un caso.

Tampoco tiene Abulafia calle ni placa en su ciudad natal.

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