Dos brigadistas

Radiador.
Radiador.
Pixabay

Yo creía que la inteligencia artificial no pintaba nada en las reparaciones de fontanería, cuya creatividad ‘ad hoc’, imprescindible para enfrentar retos urgentes y muy diversos, es de imposible estandarización, lo cual amerita a quienes ejercen dicho oficio, especialmente, en la intervención a domicilio.

Conforme a ello, cuando llegaron a casa, inspirando hondamente, digo yo que por el peso de sus herramientas, pero, sobre todo, por la responsabilidad que asumen, supe de inmediato que aquellos dos brigadistas autónomos, a mis ojos, dos superhombres ‘nietzschianos’, que resultaron ser padre e hijo, solucionarían el problema de la octogenaria llave que goteaba en un radiador, cuya inveterada descatalogación había sido alegada por la compañía de seguros para desentenderse.

Y hete aquí que, desmintiendo mi creencia antes expuesta, la inteligencia artificial sí se hizo presente durante la reparación, ya que ciertas maniobras exigieron seguir las precisas instrucciones que aparecían en la pantallita de una caldera de última generación, listísima, instalada unas semanas antes. Cuando esto sucedía, el veterano padre confiaba en el hijo, quien solía asistir a cursos sobre las nuevas tecnologías del sector.

A no ser que los pechos mostrados por Amaral el pasado fin de semana me susciten un comentario apremiante, del que ahora, pese a mi intención, me priva el desconcierto, en la próxima entrega contaré el final de este episodio de los brigadistas y la llave octogenaria, refiriendo el error que cometí, al vulnerar una regla sagrada de las reparaciones a domicilio.

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