Paradojas
Lector, le doy por enterado de uno de los asuntos más concernientes de su sosiego estival. El que ha ganado las elecciones las ha perdido y el que las ha perdido las ha ganado. Y esto no es más que lo que parece: una paradoja. Las paradojas –dice Donald Winnicott (autor imprescindible para conocer el psiquismo humano)–, no se resuelven, se aceptan. La paradoja está en la base del juego y de la creatividad, del desarrollo humano. Es un motor de vida. Un aliciente. Pero, lamentablemente, tendemos a creer que el mundo humano funciona mediante una lógica matemática, cuando es más cierto que descansa sobre una lógica paradójica. Dinámica y contradictoria.
La vida supone vivir experiencias, muchas de ellas paradójicas, de elementos contrapuestos. Que a veces son fértiles, pero no siempre felices. ‘C’est la vie!’ Frente a lo dinámico de la paradoja se encuentra el estatismo de la certeza. La paradoja implica fragilidad frente a la seguridad de la certeza. En cambio, soportar la vida paradójica, la tensión de contrarios, supone vivir con riqueza psíquica. Es evidente que toda paradoja conlleva una importante dosis de incertidumbre y, por ende, de frustración y desasosiego. Pero en ello reside la capacidad de superación: la aceptación de una realidad esquiva. Porque nada es lo que parece; o peor: nada es lo que creemos que parece. Los resultados electorales dieron ganadores y perdedores. Pero solo hay una forma de saber si a usted le tocó victoria o derrota. Preguntándose qué tal durmió esa noche.
Javier Lacruz es psiquiatra