Redactor de la sección de Cultura y columnista en HERALDO DE ARAGÓN

Puente colgante

Un puente colgante.
Un puente colgante.
Javier Pardos / HERALDO

Tenía que ser colgante, de cuerdas despeluchadas y tablas roídas por la carcoma. 

Se ha ido a la porra el puente, o me he caído yo de su pontonera fiesta, aunque he tratado de hacer el truco de la carrera puntillista (perdone, ‘monsieur’ Seurat, por la vulgarización de su invento) sin éxito alguno: la pasarela se ha deshecho. Ahora, aunque no me ven, caigo. ¿Será porque el curso político anda vivo en Aragón y España? Este verano se ha sorprendido en franca desnudez a varios emperadores, aunque todo el mundo alabase sus trajes nuevos y heroicos cosidos al cuerpo en las Iberias sumergidas de rumores clandestinos. No pasa nada, seguimos para bingo, el ‘show’ debe continuar. Hace calor: pura coherencia con el calendario, siempre y cuando no vivan ustedes en Punta del Este o Ciudad del Cabo, enclaves australes y picuetos, llenos de humanos boca abajo, o al menos así los imagino. No consigo tomarme nada en serio: quizá por eso el puente no ha podido aguantar el peso de mi conciencia, mi chelín de curso legal que no paga pensamientos, sobre todo los florales. Floto con un nudo en la garganta, gordiano a veces, marinero otras, y rompo puentes. Voy cayendo en la cuenta, por la cuenta que me trae, de que debo echar un cable a tierra en esta digresión, por más que sea una metáfora de servidumbres laborales. Sí, trabajo en el puente, pero (hay un pero, claro) me hallo en el primer terceto, nada me ha espantado en los cuartetos. Muchos estáis donde estaré pasado mañana, de asueto, soneteando por encargo, espetos mediante, la mar de bien. Nos vemos cerca de Lepe, a tope... ¡y que viva Lope!

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