Por
  • Juan Antonio Frago

Entre ‘sólo’ y ‘los puntos sobre las íes’

“El consenso social donde más se debe atender es en la ortografía, por su carácter cultural y lentísima configuración”
“El consenso social donde más se debe atender es en la ortografía, por su carácter cultural y lentísima configuración”
Heraldo

Con acompañamiento mediático y críticas cruzadas se ha suscitado recientemente la discusión sobre la acentuación de ‘solo’ adverbio, para "distinguirlo" de ‘solo’ adjetivo, con la oposición de la Academia Mexicana de la Lengua a la supresión del signo diacrítico. Lo defienden las demás Academias en la ‘Ortografía’ de 1999, con un punto de veleidoso normativismo, al permitirlo si el que escribe ve "riesgo de ambigüedad". La edición de 2010 es más firme en la prohibición de este acento; pero, encendida la polémica, por el fracaso de la normativa, se soluciona el disenso recomendando no acentuar ‘solo’, pero dejándolo al criterio del escritor. Problema irresuelto, por consiguiente.

Como todo lo ortográfico, y cualquier uso lingüístico actual, esta minucia diacrítica tiene un pasado, que es de inexistencia durante siglos, en los que no se sintió su necesidad, hasta que en 1925 el diccionario académico presenta la variación acentual en correspondencia con la funcional (adjetivo/adverbio), con ruptura del criterio del uso de la Academia, "las tiránicas leyes del uso…, causa de que unos vocablos se escriban conforme a la etimología, y otros no», en su ‘Gramática’ de 1931. Esta radical censura de una asentada tradición escrituraria descubre la cuchareta gramatical, esa gramática normativa cuya descripción, según observó el sabio estructuralista ruso Roman Jakobson (1960), puede estar condicionada "por un fallo subjetivo sancionador". Si no, ¿a qué viene, por ejemplo, rechazar un ‘quien’ plural, entrañado en la misma cuna de nuestro idioma?, con testimonios en un Carlos Fuentes, en versos de Gabriel Celaya, "decir que somos ‘quien’ somos", "nosotros somos ‘quien’ somos", o en el cotidiano "¿‘quién’ son esos?". En el ‘Quijote’ apenas cuatro ‘quienes’ compiten con muchas decenas de ‘quien’ invariable.

Con la imposición de esta tilde se obligó a un innecesario aprendizaje ortográfico, que únicamente los más cultivados lograron, no pocos pendientes del posible desliz ante el examinador; tanto más ahora, que se deja su uso al arbitrio del que escribe. Se amplía el problema en ‘riais’ o ‘guion’, "monosílabos a efectos ortográficos", curiosa aclaración de una voz bisílaba desde su origen y referida al sonido y a la pronunciación, aunque para quienes no es un monosílabo, que son millones de hispanohablantes, también "es admisible el acento gráfico" (RAE, 1999).

No se ha requerido tal diferencia diacrítica ni en portugués (‘só’, adj. y adv.; ‘este’, ‘esse’, ‘aquele’, adj. y pron.), ni en italiano (‘solo’, adj. y adv.). No es absurdo pensar, pues, que en los años veinte del pasado siglo la Academia no debió imponer este acento gráfico; mucho antes, en 1817, Fernández de Lizardi, el gran Pensador Mexicano, advirtió que en materia de signos de puntuación había que confiar en la discreción de los lectores, que entenderán el texto, como lo entiende quien lo redacta, aun sin gramática escolar. Se hizo mal y ahora no se ha hecho bien, y cada vez son más los que ponen ‘sólo’, a veces con contestatario acento.

El consenso social donde más se debe atender es en la ortografía, por su carácter cultural y lentísima configuración. Hasta en el menor detalle, como es la superpuntuación de la ‘i’ minúscula, que, puesta junto a ‘m’, ‘n’, ‘u’, daba lugar a equívocos; en el francés medieval se recurrió para tales casos a la ‘y’; el castellano y otros romances se sirvieron de una ‘i’ larga como jota (‘nj’, ‘fuj’). Este empleo del punto empieza a extenderse en el siglo XVI, pero en la manuscritura hasta el XVIII no fue general; Cervantes no lo puso regularmente en sus autógrafos, lo que no se le ha entendido bien al insigne autor. En la enseñanza de la escritura no había uniformidad, pues cada cual seguía su tradición, sin caos, lo de ‘Cada maestrillo tiene su librillo’. Y el dominio de la menuda señal gráfica se tuvo por acto de determinación y concreción, sentido subyacente al proverbial ‘Poner los puntos sobre las íes’, de parecida correspondencia en nuestro hermano judeoespañol, con su paremiológico ‘Kaminar kon puntos i vírgolas’ (actuar metódicamente).

Juan Antonio Frago es catedrático emérito de Historia de la lengua española de la Universidad de Zaragoza y académico correspondiente de la RAE

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