Emilio Bonelli y el Sahara español

Emilio Bonelli.
Emilio Bonelli.
Lola García

A la orilla del Atlántico, en el desierto sahariano, se firma un extraño papel, de aspecto no muy cancilleresco, el 28 de noviembre de 1884. 

En él se lee que el señor «Emilio Bonelli, representante de la Sociedad de Africanistas, que reside en Madrid, ciudad de Su Majestad el Rey de España, ha llegado a territorio de la tribu de los Uled Sbaa, en la costa del mar, con el fin de comerciar, vender y comprar».

Sentado este comienzo, se añade que el mencionado Bonelli «ha construido en nuestro territorio una casa en que ondea el pabellón español y nosotros le hemos entregado el territorio llamado Uadibe o Cabo Blanco, en la costa, para que esté únicamente bajo la protección del rey de España, Alfonso XII. Estipulamos entre él y nosotros que no admitiremos súbditos de otras naciones cristianas salvo a aquellos que pertenezcan a la nación española», lo que establece un compromiso de exclusividad entre los Uled Sbaa y los españoles.

Y se remata con una cláusula de buen trato y hospitalidad bastante llamativa, que dice: «Respetaremos y trataremos a las personas y los bienes de los españoles con igual respeto y consideración que corresponde a los de la religión de Nuestro Señor y Dueño Mahoma (la bendición y la paz sean con él). Lo declaramos con satisfacción en este contrato voluntario y beneficioso para el bien y la amistad sincera entre los musulmanes y los españoles, como representantes del Chej Sidi Abdel Aziz Uled El Mami, Chej de dicha tribu. La paz». Lo firman tres notables de ese clan saharaui, todos de la misma familia: Ahmed El Aluji, Mohamed Ben Yeirats El Aluji, y Ahmed Uled Mohamed El Aluji.

De la mano de un joven militar zaragozano, que redactó el texto en árabe, comienza así la historia del Sahara español. Emilio Bonelli Hernando (Zaragoza, 7.XI. 1855, bautizado en San Gil), fue hijo de un ingeniero agrónomo italiano y de su segunda mujer, la aragonesa Isabel Hernando Jaime, que murió al poco. Vivió con su padre en Marsella, Argel, Túnez y Tánger. Fue políglota y conocedor del islam y del Magreb. Huérfano con 15 años, trabajó en el consulado de Rabat y, con 20, tardíamente, ingresó en la Academia de Infantería. Ya graduado, ejerció fuera de horas como auditor de cuentas y tradujo textos técnicos del francés y el inglés. Se costeó varios arduos viajes por África y atisbó la posibilidad de proteger a los pescadores canarios de los ataques que sufrían en la costa sahariana. Con gran tacto, talante pacífico y respetuoso, liberalidad con los regalos (algo clave en sociedades de tipo tribal) y gran agudeza, pactó con los nativos poner bajo protección de España aquella franja costera.

Recuerda Fico Ruiz (en su estupenda obra ‘Aragonautas’, accesible en internet) estas ideas de Bonelli: «El objetivo principal de este viaje por tan áridas comarcas, desconocidas del mundo civilizado, consistía en asegurar para mi patria la explotación de aquellos bancos de pesquerías, que algunos escritores, mucho más competentes que yo, aseguran ser muy superiores en calidad y abundancia de peces á los famosísimos de Terranova».

El proyecto, con poco gasto, pretendía garantizar el suministro de agua y carbón a los barcos españoles, atraer el comercio nómada e intercambiar oro, marfil, pieles o plumas de avestruz por viandas, azúcar, té y tejidos españoles. Ruiz señala que se aceptaban, además del trueque, las monedas de Isabel II y Alfonso XII (Sabil y Fonsus, en el dialecto hassanía).

Con la venia de Cánovas, En mayo de 1885, Bonelli fue nombrado comisario regio para el África Occidental. En Río de Oro quedó, en junio de 1885, un destacamento fijo, con un capitán al mando, dos oficiales más, un sargento, tres cabos, un corneta y veinte artilleros con pertrechos. Bonelli, muy requerido desde entonces por empresas y negociantes, exploró asimismo Río Muni.

Así se supo de cierto que las tribus saharianas no aceptaban la autoridad del sultán de Marruecos. Los españoles contrataron a personal nativo en sus pequeñas factorías, que fueron atacadas por los Uled Amar, grupo del interior que no se benefició (una ‘tribu despechada’ para Fico Ruiz). Pero los Uled Sbaa se pusieron del lado español. La fama de Bonelli creció y la famosa Sociedad Geográfica de Londres le pidió encontrase los restos de la expedición del coronel Flatters, lo que hizo, probando que había sido aniquilada por los tuaregs. Murió en Madrid, el 25 de noviembre de 1926, y allí yace.

Otro autor vinculado con Aragón, el general Miguel Alonso Baquer, licenciado en Historia por la Universidad de Zaragoza, fue compañero de promoción (la VIII) del nieto y homónimo de nuestro hombre. Emilio Bonelli Otero, también general, le facilitó datos personales de su abuelo, hombre admirable y respetable, hoy olvidado en su tierra. Busquen su texto en el portal de la Sociedad Geográfica Española.

A Bonelli nadie le ha puesto placa, ni busto, ni calle.

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