Por
  • Felipe Zazurca González

Una mirada que permanece

"Nunca olvidaré aquella mirada, los ojos abiertos y desenfocados de esa mujer que reflejaban miedo"
"Nunca olvidaré aquella mirada, los ojos abiertos y desenfocados de esa mujer que reflejaban miedo"
POL

Corría un verano de finales de los ochenta y en Tarragona, cosa habitual por estas épocas, hacía un calor notable cuyas secuelas incrementaba una humedad que empapaba la camisa, más aún si andabas cubierto con la toga, que aquellos años brillaba como nueva y carecía del humo de cien batallas. Llevaba muy poco tiempo en la profesión y me tocaba asumir el papel del Fiscal de un procedimiento de faltas en una de esas frías salas de los Juzgados de la Imperial Tarraco.

La nómina de juicios era larga y se despachaban uno tras otro con agilidad tal vez excesiva. Mediada la mañana tocó el turno a una denuncia por malos tratos. En la sala compareció la ‘presunta’ víctima: una mujer joven, gruesa, vestida con una traje modesto –no me extrañaría que se lo hubiera hecho ella misma con cuatro retales–, y con domicilio en uno de esos barrios de gente modesta y trabajadora próximos a la ciudad.

La mujer había presentado tiempo antes una denuncia contra su pareja por haber recibido de ésta unos cuantos golpes. Llegada la hora de la verdad, prefirió dar marcha atrás y manifestar que en realidad no había pasado nada y todo se había limitado a enfados y furias pasajeras. No hubo prueba de cargo y la cosa quedó en tablas y absolución. Había podido más la distancia del tiempo y esa errada consideración de que se trataba de ‘cuestiones domésticas’ que no cabía sacar a la luz.

El asunto quedó en nada, pero para quien esto escribe la experiencia tuvo algo de ‘camino de Damasco’: nunca olvidaré aquella mirada, los ojos abiertos y desenfocados de esa mujer que reflejaban miedo, no un miedo limitado a una inusual experiencia judicial, sino un temor permanente, un desasosiego que seguro protagonizaba su vida, una angustia que desarmaba.

El tiempo no ha borrado ni el dolor por lo que la vida había reservado a esa persona ni la conciencia de no haber estado a la altura. Desde entonces las cosas han cambiado: se han puesto medios, se ha legislado con perseverancia, se ha concienciado a implicados y no implicados. Seguro que continuamos cometiendo errores, que queda mucho por hacer, pero una mujer que sufre malos tratos tiene ahora más recursos que el de acudir al cabo del tiempo a que le digan que se trata de temas del interior del hogar.

En esos ojos pienso cuando compruebo que hay quien se enzarza en discrepancias y discusiones ideológicas, si no meramente semánticas, cuando escucho las negativas de los ‘anti-todo’, o las críticas indiscriminadas a quienes con voluntad y compromiso dedican su horario profesional a apoyar a quien sufre maltrato.

El tiempo pasa muy deprisa, mi toga brilla ahora por el desgaste, intento mantener el compromiso aunque las energías ya no responden igual. En mi memoria profesional se acomodan asuntos de cierta relevancia, pero en el rincón destinado a las grandes lecciones siempre ha tenido un hueco la mirada de una mujer de la que nunca volví a saber más pero que, en su anonimato, no dejó de convertirse en profunda lección de vida.

Felipe Zazurca González es fiscal jefe de la Audiencia de Zaragoza

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