Vanidades de padres e hijos

Un padre y un hijo caminan de la mano
Un padre y un hijo caminan de la mano
Pxhere

Hay un momento en el que uno, acomodado en la vanidad, aspira a hacerse un nombre; distinguirse, y blindar y defender su marca de identidad por entre los recovecos de las relaciones sociales.

Reconozco que en mi caso discurrir por esa vía encajaba más con unas circunstancias singulares que con el acúmulo específico de ambiciones y méritos.

Hasta aquellos instantes, había cumplido primero con esos años en los que se me identificaba como hijo de mis padres. La perspectiva del paso de los años otorga valor a ese reconocimiento; y contribuye si cabe a apreciar aún más los esfuerzos profesionales y personales de quienes pelearon por sacar adelante a su familia.

Es sello que, como muchos, llevo marcado orgulloso en el alma y que perdurará por siempre. Y que rescata mi sonrisa cada vez que todavía me lo recuerdan.

Al avance del tiempo le correspondía abrir paso a mi crédito personal por entre los entramados sociales. Hasta que, recién inscritas mis criaturas en el colegio, adopté un nuevo estatus: pasé a ser conocido –y nominado– como el padre de cada uno de mis hijos.

Descubrí un abanico enorme de nuevas relaciones –cumpleaños, fiestas, actividades, deportes...–, que multiplicaban las que gastábamos hasta ese momento. Territorio al que entregué mi personalidad para adquirir el distintivo de papá de mis herederos.

Entonces, como ahora gracias a Dios, compartía el emblema –galardón–, de marido de mi compañía, mérito admirable que da sentido principal a mi vida.

Con el paso de los años vuelvo a percibir cómo mis criaturas –abandonado hace años el escenario escolar– asfaltan un futuro profesional y personal que me resulta encomiable. Y que abarca también un cóctel de relaciones para el que contemplo que están mucho más preparadas que yo. Así que procuro mantenerme apartado cuando les acompaño y han de cumplir con un requerimiento social. Aunque siempre se esfuerzan por incorporarme. Para hacerme vencer una pizca de desazón con el orgullo enorme de escucharles decir: "Es mi padre".

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