Difícil digestión de las elecciones

Feijóo y Sánchez
Feijóo y Sánchez
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Me parece que ningún partido puede estar realmente satisfecho con lo que ocurrió en las elecciones del domingo y que a todos les va a costar algún dolor, más o menos intenso, la gestión y la digestión de sus resultados. 

El PP fue el partido más votado y dio un salto espectacular en votos y en escaños, pero, a no ser que se produzca un milagro de buena voluntad en sus adversarios socialistas, Núñez Feijóo no va a gobernar. El PSOE remontó y salvó algo más que los muebles, pero quedó por detrás del PP y si quiere gobernar tendrá que volver a tragarse el aceite de ricino que le quieran recetar los separatistas. Vox puede echarle la culpa a quien quiera, pero lo cierto es que ha perdido más de seiscientos mil votos y diecinueve escaños, que es mucho perder. Sumar ha quedado bastante por debajo de lo que obtuvieron en 2019 el conjunto de los partidos que lo integran. Los separatistas catalanes se dejan todos muchos votos y un buen puñado de escaños, lo que no impedirá que llegado el caso sigan usando los que tienen para extraer peajes a un gobierno que dependa de su apoyo. También el PNV pierde más de cien mil votos y un escaño, y ha sido superado por quienes quizás sean, tristemente, los únicos que salen ganando de verdad, los herederos de ETA, EH Bildu.

Mal panorama para aquellos españoles que desean –y son muchos a izquierda y a derecha– un gobierno plenamente constitucionalista, que encauce los conflictos en lugar de azuzarlos y que trabaje para construir un futuro sobre bases estables y aceptables para la gran mayoría. Y sin embargo, las elecciones del domingo dejan, desde ese punto de vista, algún dato positivo. Porque el PP y el PSOE, los partidos centrales del sistema, soportes –al menos teóricos– de la Constitución, sumaron entre los dos casi dos tercios de los votos emitidos, cuando en 2019 estaban bastante por debajo de la mitad. Populares y socialistas tienen juntos 258 escaños, cuando en 2019 eran 209 y desde 2011 siempre se habían quedado lejos de los 250. La extrema izquierda y la extrema derecha, en cambio, han retrocedido claramente, lo mismo que los nacionalistas (a quienes Pedro Sánchez, por cierto, se empeña en contar en el lado de los ‘progresistas’, vaya usted a saber por qué). En fin, que los españoles han concentrado votos en la zona central y moderada del espectro, al menos en una medida mucho mayor de lo que lo habían hecho en los últimos ocho años.

La lamentable paradoja es que habiendo ganado espacio político la centralidad y la moderación, el gobierno puede volver a caer prisionero del radicalismo. Tal como están los números en el Congreso, la única manera de evitarlo sería, como ayer señalaba Juan Carlos Viloria, una colaboración por el centro, es decir, que populares y socialistas, sin renunciar a sus diferencias, empezaran a entenderse mínimamente y a trabajar juntos en pro de la gobernabilidad y del progreso.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Víctor Orcástegui)

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