El umbral de la gloria del candidato eufórico
Alberto Núñez Feijóo, el hombre que quizá no pueda gobernar, es pragmático. Se acomoda a las circunstancias sin traumatizarse, incluso cuando yerra en público. Tiene una retranca moderada y ni es un intelectual ni un hombre de ideología.
Tal como le han recordado y reprochado: no tiene un proyecto de país. Su visión y sus ideales fueron eclipsados por una premisa: ayer se decidía "Sánchez o España". Él, en sus sueños, era el símbolo de la nueva España.
Feijóo no ha estado brillante en la campaña, se equivocó al negarse al debate a cuatro, quizá creyese que su victoria en el vis a vis habría sido algo más decisiva. Tiene experiencia de gestión, domina el estado de las autonomías y cabría decir que incluso es un hombre tranquilo, cuando no aburrido o inane, frente al torrencial y narcisista sentido de la comunicación de Sánchez, un publicista con las siete vidas de un gato y la confianza de un resucitado al que todo le sirve. Feijóo quiso acelerar el desgaste de su adversario mitificando "el pernicioso sanchismo".
Gallego de Ribeira Sacra –donde vive y crea Eva Amaral–, él encarna al estadista gris y la España conservadora, un poco indeterminada, lejana de la intolerancia de Vox, sus compañeros de viaje. Feijóo ha ganado con claridad pero por menos de lo que necesitaba: 136 a 122. Se ha quedado en el umbral de la gloria (Julio Llamazares en un relato sobre el momento decisivo le anticipó: "Tanta pasión para nada" y quizá aclare una frase enigmática: "No seré rehén de ningún partido ni siquiera del mío". ¿Tendrá paciencia para esperar cuatro años o se irá a casa, saudoso, con la conciencia del deber cumplido? Anoche, un pelín embarullado y eufórico, anunció sí, que dialogará para ser presidente. Es su quimera.