La semana pasada dije aquí que los partidos populistas en España, frente a lo que adujeron cuando aparecieron a derecha e izquierda, hablan más de género, animalismo o clima que del bienestar del pueblo. Pues bien, hoy aclaro que las formaciones mayoritarias también participan en ese juego, en detrimento de la cohesión y de los consensos esenciales.

Además, el PSOE y el PP ofrecen su particular aportación al abandono de asuntos cruciales. Una y otra vez, se acusan mutuamente de pactar con monstruos, aun siendo estos constitucionales, en vez de explicar sus propuestas y de buscar acuerdos en los que sus votantes coincidirían, algo que en España se practica mucho menos de lo necesario, pero más de lo que se aparenta. Se hace de tapadillo, como si avergonzara, en el segundo nivel político y administrativo, no tan expuesto a la opinión pública.

Dicho comportamiento responde a la tesis de que radicalizar el discurso da más votos de los que quita, máxime, faltando en el centro una opción consolidada que los dispute. Hasta la fecha, tras un alentador inicio, los sucesivos intentos para que tal opción exista han fracasado, lo que quizás habla de una sociedad que quiere evitar la polarización, pero no sabe cómo lograrlo.

En todo caso, mañana votaremos. El sistema aguanta y funciona. Habiendo gobernado la supuesta izquierda radical, el país en ningún caso es el desastre que se pregona. Y yo espero que la confianza que a Fernando Savater le merece Vox, el otro extremo ideológico, sea tan lúcida y certera, como amarga y sentimental es su ojeriza a Pedro Sánchez.

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