Por
  • Julio José Ordovás

El columnista eléctrico

Mariano Gistaín.
Mariano Gistaín.
José Miguel Marco

Mariano Gistaín es lo más parecido a un genio que ha dado la literatura aragonesa después de Javier Tomeo. Si Tomeo era un Kafka pasado por Bruguera, esto es, un Kafka castizo, coñón y algo rijosillo, Gistaín es un cruce de Philip K. Dick y ‘La Codorniz’, un marciano de hondas raíces baturras, el último Cristo atado a una columna, un visionario que anda entre la mecánica cuántica, el ‘software’ y la Oficina Poética Internacional labordetiana, aplicado a la tarea de descodificar el sinsentido del mundo actual, al que le saca punta como nadie.

De los cien mil (o más) hijos periodísticos que tuvo Umbral, Gistaín es el más desopilante y singular. En vez de trabajar en Silicon Valley, que es lo que le correspondería, Gistaín anda paseándose por la ciudad de las gaviotas como un Blasillo de Forges, pensando Aragón como si esta tierra nuestra fuera (que lo es) un planeta de otra galaxia. Gistaín es el columnista eléctrico que establece en cada uno de sus artículos un mapa complejísimo de conexiones políticas, científicas, sociológicas, literarias y esotéricas. Leerlo es devanarse los sesos en vano porque su cerebro funciona a una velocidad supersónica y es imposible seguirlo. Además de volarnos la cabeza con sus granizadas de ideas, Gistaín nos hace reír con ese humor tierno y somarda que tiene. "Lo mucho que sabemos de la historia de los Estados Unidos, y mira que es corta", escribió una vez. Ahí está el Gistaín codornicesco, el que compara a Madonna, tras su última o penúltima cirugía estética, con la dama de Elche. Gistaín es un profeta extraño, como Houellebecq, pero un Houellebecq de Barbastro que se emociona escuchando jotas.

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