Por
  • José M.ª Casas Vilá

Pedro Sánchez y el PSOE

Pedro Sánchez, este sábado en un mitin en Valencia.
Pedro Sánchez y el PSOE
Kai Foersterling/EFE

Para conseguir la Secretaría General del Partido Socialista hace cinco años, después de haber sido apartado de la dirección del PSOE, Pedro Sánchez recorrió las sedes socialistas de toda España con su Peugeot, contactó con aquellos militantes que mayoritariamente no pertenecían al aparato del partido en esos momentos y, como fue el caso de Susana Sumelzo y Pilar Alegría en Aragón, les prometió puestos relevantes en la organización en caso de que resultara nombrado nuevo secretario general.

Tras una llamada a la democracia de las bases, a la participación de la militancia y a un congreso extraordinario con las bases como protagonistas, consiguió ser nombrado secretario general. A partir de ahí cambió toda la dirección del partido, modificó los estatutos para blindarse y nombró a quienes le habían apoyado en su travesía por el desierto para los puestos clave en el Partido Socialista. Tuvo que soportar a los barones territoriales, con quienes nunca ha tenido buenas relaciones; la prueba última el ninguneo a Javier Lambán el lunes en Huesca.

Una vez ganadas las elecciones, ya como presidente del Gobierno, eligió dentro de esa militancia fiel a sus ministros, secretarios de estado, directores de empresas nacionales y altos cargos de la Administración, aunque sin fidelidad alguna: ha nombrado y destituido a sus más directos colaboradores cuando lo ha considerado oportuno, tratándoles con mano de hierro: Iván Redondo, José Luis Ábalos y tantos otros que han perdido el favor del presidente de la noche a la mañana; en cinco años ha nombrado cuarenta ministros, lo que indica dos cosas: que no respeta a nadie y que le importa muy poco el recorrido del ministro dentro del ministerio.

La apelación a las bases, a la democracia interna del partido de nada ha servido una vez que se ha instalado en el poder. Después de la pérdida de las recientes elecciones autonómicas y municipales, ha habido que recolocar en las listas electorales al Congreso y al Senado a los aspirantes a alcaldes, concejales y diputados autonómicos que no alcanzaron el puesto para el que iban como candidatos. Ello ha supuesto que, ignorando a los candidatos elegidos por las agrupaciones locales, haciendo caso omiso a la democracia de las bases, la misma que le sirvió para alcanzar el poder, se han confeccionado en Madrid las listas al Congreso y Senado, con el consiguiente enfado de quienes fueron presentados al principio como candidatos en cada comunidad autónoma, que se vieron desplazados por los designios del aparato del partido en Madrid.

Lo que hace más bochornoso el espectáculo de diputados y senadores del PSOE aplaudiendo a Sánchez durante dos minutos al día siguiente de perder las elecciones autonómicas y locales.

El domingo es una buena ocasión para que, tras un descalabro electoral y consiguiente caída de Pedro Sánchez, el Partido Socialista articule la renovación de todos sus dirigentes, y renazca el partido socialdemócrata europeo que necesita España.

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