Por
  • Sergio Royo

Inundaciones

La mujer estaba agarrada al techo de su coche cuando los Bomberos de Zaragoza han acudido a su rescate.
Inundaciones
HA

Estábamos volviendo en un Ouigo de Madrid mientras Zaragoza sufría la tromba histórica del pasado 6 de julio cuando mi amigo Pablo me preguntó: "¿Has escrito ya la columna de este mes? Porque la tienes hecha". Llevábamos un par de horas retenidos en Calatayud. No hacían más que llegarnos vídeos de lo que había pasado en Zaragoza y yo le dije, "todo el mundo contará esto, tendría que llevarlo a mi estilo y hablar de las inundaciones propias". 

Se ha hecho viral la imagen de una mujer sosteniéndose como podía sobre un coche para evitar ser arrastrada por el agua. Ahí identifiqué las batallas personales que a menudo nos definen y de las que no somos testigos, como si la tercera persona nunca pudiera tener el poder que tiene la primera: nunca se sabe hasta que se ha vivido cómo se siente estar anegado por la pena o que el presente se parezca a un barrizal que va mucho más allá de unos pantalones manchados. Desconocemos el peso de las toneladas de agua o ese vertido de lágrimas que, inconstante pero fiel, nos sorprende cuando menos lo esperamos. No estamos acostumbrados a caminar en el caos o a las repentinas lluvias que nos pillan bajos de defensas, inermes de paraguas y, claro, nos arrastran. Creo que lo que quería contar es que cuando las imágenes son colectivas todos compartimos el pánico, pero que también son nobles esas luchas individuales contra las inundaciones propias (tengan o no causas ajenas) que nos hacen agarrarnos muy fuerte al capó para no ser arrastrados. Para que, cuando pase la tormenta, rasguñados, con barro hasta los pómulos, podamos contar que estuvimos ahí.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión