Adiós a Ibáñez

Ibáñez, firmando ejemplares de uno de los álbumes de Mortadelo y Filemón en Zaragoza.
Adiós a Ibáñez
Asier Alcorta

Así que era eso. El olor a papel, ese olor que te rindió para siempre a las papelerías, los libros y los periódicos, es una mezcla de aroma a vainilla, a vinagre, a pasto seco y a almendras amargas.

Una combinación imbatible, digna del perfume más exquisito, que garantiza que, pese a las profecías apocalípticas, el papel no morirá nunca. Lo leo en internet cuando voy buscando el rastro de los tebeos donde descubrí a Francisco Íbañez. Quiero saber si mis recuerdos son exactos, si costaban cinco pesetas, qué día de la semana salían ‘Pulgarcito’ y ‘DDT’, en qué años se editaron. Me veo entrando en la librería con la moneda de un duro que me ha dado mi abuela para comprar mi preciada ración semanal de historietas.

En esos tebeos hacen su vida trepidante Mortadelo y Filemón, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino, los vecinos de la Rué del Percebe. Hasta un niño puede intuir que ahí está, tamizado de ironía y de ternura, el mundo complicado de los adultos. Cuántas veces soñamos con zafarnos de un castigo o de una contrariedad disfrazados como el escurridizo Mortadelo. Cuántas nos sentimos muy cerca de la torpeza de Rompetechos y del baqueteado Sacarino. Nunca perdían el ánimo ni en la derrota más humillante.

Así lo resume Antón Castro: "Como Mingote o Fraguas, Francisco Ibáñez, este fabulador y animador de seres y paradojas vivientes nos dibujó como éramos, sin perder la ironía y sin olvidar que el humor es tan necesario para sobrevivir como el amor, la chapuza y los buenos alimentos".

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión