El gran teatro de la política

Sánchez y Feijoo, en un momento del debate.
Sánchez y Feijoo, en un momento del debate.
JUAN MEDINA

Me acerqué de perfil al ya lejano debate entre Sánchez y Feijóo, sin mucho más interés que el de contemplar su puesta en escena; el empeño estético por ganar adeptos, convertidos en votos, en la teatralidad de un cara a cara. 

Es verdad que resulta sugerente disfrutar de ese culmen del careo político; en el que los aspirantes a formar gobierno dirimen sus cuitas en un duelo estudiadísimo. En el que cada gesto se interpreta, por más que los más simples errores aparecen también a la vuelta de la esquina. Y así, el avance del combate resuelve a los puntos los méritos del púgil más atinado, por mucho que las claques de opinadores aspiren a embadurnar el desenlace.

Más aún me cuesta alinearme con esas campañas convertidas en carreras de velocidad en las que prima la hipérbole y la desconsideración; en donde, de nuevo como el mal estudiante, se pretende concentrar en unos días la verborrea de lo que se promete y que no se ha hecho a lo largo de los años. Que por encima del púlpito de las promesas, es lo que permite analizar el hacer de cada uno.

No logro participar de ese exhibicionismo preelectoral en el que, sin pudor, se despilfarra aquello que resulta necesario; hoy convertido en carteles y anuncios, solapados a veces con las fotografías, todavía por descolgar, de las sonrisas ya rancias de la última convocatoria. Un cóctel de verdades a medias con el interés concentrado en el leve instante de la entrega del voto, que marcará después si los argumentos merecían la pena o si los principios pueden mutarse.

Más allá de toda esa puesta en escena, no resulta fácil desprenderse de la mochila en la que se guardan años de gestión, de convicciones y comportamientos, de aprecios y desprecios, de orden y desgobierno, de alianzas, de cesiones... La ruta por la que unos y otros se han conducido a lo largo de una legislatura. Que, mucho más que una batalla dialéctica de dos horas o de dos semanas, señalan la impronta de los merecimientos y deméritos. Lo demás, el aderezo del teatro en el inmenso escenario de los intereses políticos.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Miguel Gay)

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