Mortadelo y Filemón

Ibáñez, firmando ejemplares de uno de los álbumes de Mortadelo y Filemón en Zaragoza.
Ibáñez, firmando ejemplares de uno de los álbumes de Mortadelo y Filemón en Zaragoza.
Asier Alcorta

En la patria de mi infancia mis hermanos y yo compartíamos aquellas lecturas imprescindibles que son el sustrato de una cultura: Verne, Dickens, Salgari, Twain, Stevenson, Homero… 

Pero cada semana nuestros padres, solícitos con nuestras necesidades de entretenimiento, traían los domingos un par de tebeos que completaban nuestra ración semanal de lectura y diversión: eran el clásico ‘TBO’ y el ‘Pulgarcito’, con sus personajes y sus historietas, con sus ingeniosos dibujos, con la ingenuidad y limpieza de sus mensajes, por más que haya quien, obseso, atribuyera a esas y otras publicaciones infantiles un peligroso alineamiento con el régimen.

La música -otra de las fuentes de nuestra educación- nos entraba por la radio, compañera inseparable de las tertulias de casa y del conocimiento de las piezas clave de la historia del arte de Euterpe. Porque en aquella infancia y primera adolescencia no había televisión, ni móviles, ni tabletas, ni ‘smartphones’, ni consolas. Pero nos divertíamos. Y éramos felices.

Porque volaba nuestra imaginación con las historietas de los tebeos, para los que grandes dibujantes trabajaban día y noche en crear y dar vida a entrañables personajes que se ganaban la simpatía de los niños, de los jóvenes… y de algunos mayores.

Uno de esos maestros incansables fue Francisco Ibáñez, creador de algunos icónicos personajes que iban apareciendo por los comics de la época, hasta que en 1958 aparece en un número del ‘Pulgarcito’ una nueva pareja: los inmortales Mortadelo y Filemón, una divertida y disparatada parodia de las agencias de información y los agentes secretos. Ambos personajes han ocupado las páginas de más de cien millones de álbumes, que se dice se han vendido con sus historietas, y han protagonizado varias películas y series de televisión. Y, lo más importante, han alegrado y han hecho sonreír a varias generaciones de chicos españoles, hasta el punto de que todavía hoy es un buen regalo para ellos uno de esos libros de historietas que puedes encontrar en cualquier librería.

Es probable que en casa de algunos de ustedes se conserve alguno de esos álbumes hacia los que puede ahora dirigirse una nostálgica mirada que nos lleva a aquellos felices años en los que los tebeos formaban parte de nuestros exiguos tesoros.

Ibáñez, el padre de Mortadelo y Filemón, murió el sábado en Barcelona, su tierra natal, a los 87 años de edad, dejando una profunda sensación de orfandad en tantos millones como seguidores incondicionales han tenido sus personajes. El eco que ha tenido la noticia de su fallecimiento en todos los medios de comunicación es una muestra de la gran importancia que ha tenido este hombre sencillo y trabajador en la cultura popular española de la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del XXI.

Nuestro pésame a Otilio, a Pepe Gotera, a los residentes del 13 de la Rue del Percebe, al botones Sacarino (por cierto, un trasunto de la época en que Ibáñez fue botones de un banco) y, cómo no, a Mortadelo y Filemón. Y que descanse en paz.

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