La boda política

Sánchez y Feijoo, en un momento del debate.
Sánchez y Feijoo, en un momento del debate.
JUAN MEDINA

Hace una semana era lunes, verano, teníamos cuarenta grados y tenía que trabajar. Pensé, por consuelo, que para Tamara Falcó e Íñigo Onieva también era lunes. Un lunes libre, vacacional (otro), entre silencios; una de esas jornadas laborales para la mayoría en la que estás desplazado porque todos tienen un quehacer, incluso la ‘jet set’. 

No así Tamara e Íñigo, en el lujoso silencio del ‘pos-engagement’ (Onieva ‘dixit’), cuando el eco acecha irrefrenable sobre las cosas vacías.

España, que es un país y el contrario, lleva años esforzándose por ser un poquito más complejo en apariencias. La televisión pública se esmeró en emitir debates entre jóvenes urbanitas y de clase media o media-alta, o simplemente desclasados, como un ejemplo del país que debemos ser. Diversidad sexual, de género, racial, política… de todo menos económica. Y así, entre la tele y los mítines del político explicando lo que somos, paseaba uno por la idea de España como por la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras: entre el tonteo y el conocimiento, transitando hacia una ambición no superficial. Un sopor comprensible, pues la ciencia ficción exige estar mejor guionizada, que destrona la prensa del corazón como prueba irrefutable, y esto también es política, de que estamos más interesados en el morbo y el lujo que en las herramientas con las que ambos se obtienen.

Con los destrozos de la tormenta aún presentes, la boda de ambos ha supuesto para España la necesidad de calcular, como si de Parque Venecia se tratara, los cuantiosos daños que emanan en una sociedad interesada en dos personajes que aportan al decrecimiento palpable de la masa crítica de un país. Y no tanto por caer en la queja de la adoración a lo superficial, de la que yo también soy culpable, sino por la preocupación de constatar que hay un río subterráneo de aspiración individualista que la política más social no quiere o no sabe ver ni interpretar para convencer. Por eso a veces uno ve el debate entre dos aspirantes a gobernar España y entiende, al segundo reproche entre ambos por mentir, que hay ya una pereza en la sociedad que no va a querer saber más. El futuro del Estado social no es criticar una boda de la ‘socialité’ sino combatir lo que se va envidiando y las herramientas que se venden para sentir que se les puede alcanzar. 

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos en HERALDO por Juanma Fernández)

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